95. Sequía

Javier Jaén

 

La tierra arde. Las hojas plateadas del bosque de olivos resisten, son plumas de hierro entre ramas centenarias. El agua no cae del cielo y las acequias se llenan de broza y podredumbre. Los pozos milenarios, las fuentes infinitas, dejan caer un hilo de agua entre los zarzales, para regalar esperanza al campo mustio. El olivar se agacha, baja sus brazos altivos y aguarda, es paciente, sabe esperar. La lluvia vendrá, pronto, como siempre, cargada de vida, de minerales, de alegría. Es tiempo de sequía. El olivo ya la conoce, se repite, en lustros, en décadas. Los árboles rezan plegarias y retuercen sus raíces, agarrando húmedas telarañas entre las tejoneras, pero saben que todo pasará, como pasan los muertos y los vivos, como pasaron lobos moribundos, todo pasará. La sequía se irá llenando de barro los caminos y de agua las albercas. Las ranas volverán a criar entre el verdín de las piletas y el agua correrá, serena, por las acequias serpenteantes de olivar. Es tiempo de sequía, pero pronto, muy pronto, llegará el otoño de agua.