
92. Una copa de aceite
Inés tenía un buen trabajo, pero estaba sola. Su labor era fiscalizar, y los compañeros no la querían.
Una noche, cuando llegó al condominio, encontró a un harapiento acostado junto a un muro, cerca de la puerta. No hizo caso y siguió para su casa. Cuando llegó, se preparó sopa y comió con gusto. Al fregar, se percató que había sobrado cena y recordó al desvalido de la entrada. Echó el resto en un plato y, conociendo las propiedades medicinales del aceite, sirvió una porción en una pequeña copa. Bajó todo al enfermo; al llegar, dormía, y por no despertarlo lo puso a su lado. Al otro día, con gran placer encontró el sitio vacío, también sus recipientes. Al regreso del trabajo, allí estaba su enfermo, le bajó comida y aceite. El hecho se repitió. Pasó el tiempo y un día se sorprendió hablando y riendo con Manuel, ya recuperado.
Cuando siguió caminando para el trabajo, se dio cuenta, gracias al aceite de oliva. Él ya no estaba enfermo, y ella tenía ahora por quién vivir.