90. Cosecha del 70

Mar Horno García

 

¡Madre, madre, mire!, la luna se ha quedado prendida de un olivo. ¿Pero, qué dices?, lo que nos faltaba, no tenemos bastante lío con la cosecha todavía tirada en el campo como para que ocurra tamaño contratiempo. Nada, nada. Chitón. Dile a tu padre que avise a los aceituneros. Los hombres, todavía somnolientos y refunfuñando por lo intempestivo de la hora, ponen un lienzo en el suelo y con las varas golpean las ramas para que la luna se desprenda. Esta se balancea, reacia a dejar el árbol, pero después de un rato de enérgico avareo, cae junto a las aceitunas maduras. Al tocar el suelo, se rompe en pedazos. Con la oscuridad, no se distinguen los frutos morados de los cristalitos azulados del plenilunio. Al molino todo, dice la mujer, no vamos a desperdiciar aceitunas tan hermosas, sería pecado. Por la mañana, muy temprano, echan la carga en la tolva de la almazara, se moltura y envasada queda. Buen aceite ha salido este año, comentan los del pueblo en la taberna. Sí, ratifica uno suspirando, “puedo escribir los versos más tristes esta noche…”. Riquísimo, corrobora otro, rascándose con la pata la oreja y reprimiendo a duras penas un aullido.