84. Para siempre

Chico López

 

El viento, hiriente, rasga la piel terrosa de aquella abandonada parcela. La peina. Araña aquel lugar de paso y lo limpia de maleza. Cuando la sombra ataja al sol vertical que cae a plomo, descansa la tierra y a manotazos se abre paso la vida. Decorada su polvorienta superficie por el zigzag de una culebra y por las huellas de un huidizo ratón, se descubre porosa a la lluvia, que ya viene intensa a hacer su parte. Se filtra el agua hasta lo fértil, donde se acomodó la simiente. Allí se abrazan, se aman, se expanden. Una minúscula punta duda, pero no se amilana, valiente, nace.

Grandiosa y sabia, la savia, inunda el tallo que brota. Aparta la tierra presentándose al cielo, que lo aguarda. Lo espera ahora y será para siempre. Se retuerce el tronco, reconociendo cada centímetro de su tez. Se vuelca en las oscuras hojas de su pelaje, derramándose en cada curva que conforma el fruto, en cada fruto que decora su copa.

Venerado como un dios, nadie queda impune a su imponente porte. Crece en todas direcciones, ignorando que todo tiene fin. No para él. Él es eterno. El cielo lo espera y será para siempre.