81. La casa misteriosa

Tío Incógnito

 

En aquella mañana soleada, los trabajadores del olivar caminaban por el camino de tierra que llevaba a las haciendas de la región. Había hombres y mujeres de variadas edades.

El sol y calor eran muy intensos, todos sudaban mientras andaban. El otoño recién había empezado, sin embargo, aún se mantenían las temperaturas del verano. Y en este año el verano fue muy caluroso, con temperaturas sobrepasando los treinta y ocho grados Celsius. Y además de eso, las lluvias fueron muy escasas. Todos esos sucesos colaboraron para una cosecha más rápida, a un paso que nunca había sido visto.

La multitud de trabajadores seguía con pasos morosos, casi desanimados. Todos sabían que iban a enfrentar durante el día: calor, deshidratación, cansancio. La rutina que otrora había sido solamente la rutina, se convirtió en algo pesaroso.

Todos pasaron frente a una hacienda con aspecto terrible, parecía que estaba abandonada. La hierba crecía desordenadamente; las aceitunas esperaban ansiosamente la cosecha. Y la casa era consumida por el tiempo y el clima; faltaban tejas en el tejado, la pintura estaba sucia y descolorida. Aquellos que veían la casa pensaban que nadie vivía allí hace mucho tiempo.

—Catalina —dijo una joven—, mira este sitio.

Ella lo miró con atención y dijo:

—Tania, me parece que nadie vive allí.

—He oído decir que pertenece a un hombre muy misterioso.

—¿Qué quieres decir con misterioso?

—Dicen que es un viejo feo, grosero y que no se importa con nadie. Él nunca sonríe y espanta a todos que tratan de acercarse a su hacienda.

—¡Dios mío! —Catalina estaba sorprendida con el relato—. ¿Y quién dice esto?

—¡Toda la gente!

—¡Ah! Si toda la gente dice, entonces, nadie lo dijo.

—Mira cómo está la propiedad. Si lo que la gente dice no es verdad, ¿por qué todo se quedó así?

—¡Es muy simple! El dueño puede no interesarse por los olivos y simplemente dejó todo así.

Mientras hablaban, notaran una sombra en una ventana. Una imagen misteriosa, sin rostro ni expresión.

Tania dijo asustada:

—¡Apúrate! ¡Eso me da escalofríos!

—Creo que está viendo muchas películas de terror.

Catalina miró la ventana atentamente y no le pareció asustador.

Ellas siguieron para la plantación donde iban a trabajar. Durante la cosecha, competían para probar quién cosechaba más aceitunas hasta el final de la jornada. En ese día, Tania ganó la competición.

Al final del día, regresaron y miraron la casa misteriosa. El sol bajaba y la sombra de los olivos producía una atmósfera aún más enigmática. Ellas miraron todas las ventanas, pero no vieron a nadie.

—Es cierto que el hombre debe estar en algún escondite mirándonos — dijo Tania.

—¡No digas tonterías! Estoy segura de que él tiene obligaciones en la casa y no se queda mirando las ventanas todo el día.

—Su única obligación es mirar y amedrentar a la gente que pasa — respondió Tania en tono dramático.

Catalina sacudió la cabeza en descreencia y dijo sonriendo:

—¡Eres loca!

Ellas siguieron caminando y hablando. Tania siguió argumentando que el hombre era alguna clase de psicópata o algún maníaco. Y Catalina oía todo con atención, no porque le creía a su amiga. Ella se quedó impresionada con la creatividad de Tania para inventar historias fantásticas y místicas.

Todos los días, ellas pasaban por allí mirando la casa. A veces, veían a la sombra y otras veces no veían a nadie.

La mayoría de las aceitunas ya había empezado el cambio del color, indicando que deberían ser cosechadas para el mejor rendimiento. Sin embargo, no había ninguna señal de actividad en la hacienda. Día tras día, todo se quedaba de la misma manera.

Tania y Catalina regresaban de su jornada y cuando miraron la casa misteriosa vieron a una pelota de fútbol cerca de la puerta principal.

—Tania, ¿ves la pelota?

—Sí.

—Creo que hay un niño en la casa.

—¡Pobrecito! Probablemente, debe ser una víctima del hombre misterioso. Quizás, él lo haya secuestrado en otra ciudad.

—¡Tania, Dios mío! ¿Las teorías van a empezar? Ni sabes si es un hombre que vive aquí. Y mucho menos que es un secuestrador.

—¡Por supuesto que es! ¿Qué más podría ser?

—Puede ser un padre que se ha divorciado, un abuelo, una madre, una abuela. Puede ser cualquiera. No sabemos nada de la casa ni de sus moradores.

—Catalina, podemos no saber nada de los moradores, pero sabemos de la casa y de los olivos. ¿Qué clase de persona permite que su plantación y su casa se queden así?

Catalina pensó un momento y dijo:

—Acerca de eso, tienes razón. Todo va de mal en peor. Sin embargo, creo que hay una razón.

—No quiero saber cuál es —respondió Tania con repulsa.

—Me gustaría saber qué pasó —dijo Catalina con curiosidad.

Todos los días, las dos amigas hablaban mientras pasaban frente a casa. Catalina siempre mostraba interés en la solución del misterio y Tania creaba cada vez más teorías sin sentido.

Cierto día, la jornada había terminado más temprano de lo habitual. Tania estaba radiante con el regalo de las horas de libertad. Ella llamó a su amiga:

—¡Vamos a aprovechar el resto del día!

—No puedo —contestó Catalina desanimada—. Tengo que revisar el silo para garantizar que la cosecha esté protegida.

—¿Protegida? —extrañó Tania—. ¿De qué?

—Mira el cielo.

Tania miró y notó que una gran muralla de nubarrones se acercaba desde el horizonte. Parecían traer una tempestad.

—¡Dios mío! Hace mucho que no vemos el cielo así.

—Verdad. Trabajaré lo más rápido que pueda y regresaré a la villa.

—¡Cuídate!

Tania la abrazó.

—Si me demoro aquí, la dueña me llevará en su coche.

—¡Genial! Hasta pronto.

—Chao.

Tania se fue y Catalina verificó cuidadosamente el silo. Todo estaba en orden. Ella miró el cielo y los densos nubarrones ya estaban muy cerca.

‹‹Están cerca, pero creo que puedo llegar a la villa antes de la lluvia.›› —Pensó Catalina.

Ella siguió caminando y un viento huracanado la golpeaba junto con todos los árboles alrededor. Catalina se apuró, pues sentía que la lluvia caería a cualquier momento.

Estaba casi llegando a casa misteriosa y la lluvia bajó de una vez. Ella sintió como que una represa hubiera sido abierta, tan violenta estaba la fuerza del agua.

‹‹Debería haber aceptado la ofrenda de la dueña de la hacienda.›› —Pensó mientras corría hacia debajo de un árbol. Este no fue una buena protección, pues con el viento, la lluvia la golpeaba de la misma manera. Además de eso, comenzaron los rayos y truenos.

—¡Hey! —dijo alguien con un paraguas—. Aquí es demasiado peligroso. Vamos a mi casa.

Catalina no vio perfectamente el rostro de la persona, pero supo que era el hombre de la ventana. Ella no tenía opción y aceptó la invitación. Los dos corrieron y entraron en la casa. Adentro era semejante al lado de fuera, todo parecía viejo y sin cuidado.

—Necesita otra ropa —dijo el hombre—. Estás muy mojada.

—Verdad —respondió distraída, pues contemplaba los detalles del lugar—. Realmente lo necesito…

Ella lo miró y se quedó sin palabras, pues el hombre era hermosísimo. Tenía ojos tristes, sin embargo, no le quitaban su hermosura.

—Espera un momento.

El hombre se fue a otra parte de la casa. Catalina miró todo alrededor y vio unas fotografías del hombre con un niño y una mujer.

‹‹Sabía que había un niño aquí, pero no sabía que era casado. ¿Y cómo no sería siendo tan hermoso?›› —Pensó y suspiró.

El hombre regresó con una toalla y ropa femenina.

—El baño es el final del pasillo.

—¡Muchas gracias!

Ella se bañó y regresó a la sala de estar. El hombre la esperaba sentado en el sofá. Había una tetera y tazas en una mesita.

La lluvia estaba muy intensa, sin posibilidad de Catalina salir de allí. Se sentó frente a él y dijo:

—Una vez más, gracias. No sé lo que haría si no me hubiera rescatado.

—De nada. ¿Té?

—Sí, por favor.

Él le sirvió una taza.

—Gracias.

—Perdona mi rudeza. Me llamo Ignacio.

—Me llamo Catalina.

—¿Dónde está tu mujer? —ella quiso saber, pues le parecía raro que hasta aquel momento ella no la viera.

Suspiró y dijo tristemente:

—Ella descansa para siempre.

—Lo siento —respondió avergonzada—. Mis sentimientos.

—Gracias. Creo que miraste las fotografías.

—Sí, las miré.

—Ella se fue hace unos meses, quiero dejar su memoria viva para nuestro hijo.

—Es un bello gesto. Creo que debes ser un óptimo padre.

—Trato de hacer mi mejor esfuerzo, ¡pero todo es tan difícil! —dijo tristemente—. La vida no es lo mismo sin mi mujer. A ella le encantaba la hacienda, los olivos, la cosecha.

—¿Y no te gusta todo eso?

—Sí, me gusta. Pero ahora todo es diferente. ¿Comprendes?

—Nunca he vivido nada semejante, pero imagino que debe ser muy complicado.

—¡Papá! —dijo un niño con unos diez años, mientras entraba en la sala—. Ella está tan linda como mi mamá.

El niño se sentó al lado de su padre.

—Es verdad, Fernando. Ella es muy hermosa.

—Gracias —ella se sintió avergonzada con el elogio. —Tú y tu padre también son muy hermosos.

—Gracias —contestaron.

—¿De dónde vino? —preguntó Fernando.

—Soy de la villa y trabajo en la cosecha de olivos. Estaba en la lluvia y tu padre me rescató.

—Mi papá siempre me enseñó que debemos ser gentiles con toda la gente.

—Tu padre es un hombre muy sabio. Debemos hacer nuestro mejor esfuerzo para ayudar a todos que necesitan. Así, el mundo se convierte en un lugar mejor.

Los tres siguieron conversando por algún tiempo y la lluvia no paró ni por un minuto. Catalina tendría que dormir allí. Ellos cenaron y en la hora de dormir, Ignacio dijo:

—Puedes dormir en la habitación de Fernando. Él dormirá conmigo.

—¡No quiero darte ningún trabajo! Puedo dormir en el sofá.

—¡Por supuesto que tú no nos da trabajo! Y, además, necesitas tu privacidad.

Ella se quedó impresionada con la disposición de Ignacio:

—¡Muchas gracias por todo lo que estás haciendo!

—De nada. ¡Buenas noches!

—¡Buenas noches!

Todos se fueron a dormir al sonido de la lluvia.

Al día siguiente, todos desayunaron y Catalina se quedó mirando el camino por dónde Tania iba a pasar, así que la vio, se despidió de Ignacio con muchos agradecimientos y salió de la casa por la puerta principal.

Tania la vio y se quedó sorprendida y asustada; dibujaba los peores escenarios en su mente. Pensaba que Catalina había sido llevada a la fuerza y violada toda la noche.

Catalina se acercó y notó la expresión de espanto de su amiga. Ella sonrió y dijo:

—No te preocupes. Nadie me ha secuestrado ni violado.

—¿Cómo sabías que lo pensaba? —preguntó sorprendida.

—Hablas cosas así casi todos los días.

—Si eso no ha pasado, entonces, ¿qué pasó?

—Vamos al trabajo y te voy a explicar.

Siguieron el camino y Catalina le habló todo lo que había pasado, y también un poco de la historia de Ignacio. Tania se conmovió y dijo:

—¡Qué pena! Él necesita ayuda.

—Sabías que lo ibas a decir. Estaba pensando…

Catalina le contó lo que deseaba hacer para ayudar a Ignacio, y Tania estaba de acuerdo.

Unos días después, Catalina y muchas personas de la villa estaban en la entrada de la hacienda de Ignacio. Ellos traían herramientas, tinta, vehículos y muchas otras cosas. Ella llamó a la puerta e Ignacio abrió solo una rendija y dijo:

—Buenos días —dijo serio.

—¡Buenos días! —respondió con animación—. Abre la puerta y mira alrededor.

Él lo hizo y vio a toda la gente.

—¿Qué es eso? —Estaba sorprendido.

—Gente que te ayudará.

—¿Por qué?

—Debemos ser gentiles con la gente. Lo has enseñado a tu hijo.

—Sí. Pero eso es demasiada gentileza.

—Esa es la gentileza que necesitas ahora. Estoy segura de que eso te ayudará y también ayudará a tu hijo.

Fernando llegó, miró a la gente y dijo con animación:

—¡Papá! ¿Por qué no me dijiste que hoy haríamos la cosecha? Si lo supiera, despertaría más temprano y ya estaría listo.

—Creo que ya está haciendo bien. —Catalina sonrió.

—Verdad.

—¡Manos a la obra! Hay gente para cosechar, para arreglar su casa, su silo y todo lo que necesites.

Ignacio se emocionó y la abrazó diciendo:

—¡Muchas gracias! Creo que este es el mejor día de mi vida en mucho tiempo.

—El día está apenas comenzando. Y tendrás muchos días buenos.

—No tengo palabras para agradecerte y agradecer a la gente.

—Tu felicidad y la felicidad de tu hijo hablan más alto que las palabras.

Los dos fueron a la gente e Ignacio agradeció a todos por la generosidad. Todos trabajaron durante todo el día. Los olivos fueron cosechados en la hora perfecta; la casa fue arreglada y ganó una nueva pintura; la maleza fue eliminada. La hacienda se convirtió en otro sitio, con más vida y alegría.

Al final del día, Ignacio saludó a cada uno que lo ayudó aquel día. Él mismo no creía en lo que habían hecho. Para él, todo era como un sueño.

De aquel día en adelante, todo en la vida de Ignacio cambió. Él retomó el trabajo en el olivar, la casa permanecía abierta y su hijo siempre jugaba en el patio. Ignacio esperaba a Catalina todos los días. Él siempre la saludaba y agradecía.

Un día, él le dijo:

— Catalina, sé que la cosecha ya está terminando, y pronto, tú no más pasará en este camino. Perdona mi osadía, pero no quiero dejar de verte. ¿Quieres salir conmigo? —dijo avergonzado.

‹‹¡Aleluya! Pensé que nunca me iba a llamar.›› —Pensó.

Ella sonrió y dijo:

—¡Por supuesto!