78. Gaiena, luz divina
Hace mucho tiempo la provincia de Jaén había sido azotada por una plaga. Sus calles desoladas ocultaban la presencia de rostros desfigurados y pieles pálidas. Ya no se reflejaba la alegría de otrora.
La anciana de la tribu había advertido:
– Pronto nacerá una niña, de tez olivácea, rizos dorados como los del mismísimo Apolo. Debe ser sacrificada.
Todos rieron y echaron a la bruja del lugar. Gritaban que solo servía para dar fatídicos designios. Si volvía a aparecer sería quemada en la hoguera.
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El Rey se encontraba muy afligido. El Ministro de Ritos había realizado las hecatombes correspondientes. Todo seguía igual.
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Un cazador capturó a una niña que vagaba por el bosque.
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Hiperión, el más anciano de la aldea, conocía el terrible secreto .
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La guardia de palacio había tratado de evitar la turba. Habían preparado la hoguera. El Rey encontrábase desesperado. Era muy tarde.
Las llamas corrompían el cuerpo. Sus centelleantes cabellos se confundían con las llamas, su cuerpo oliváceo parecía una estrella fulgurante.
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Hiperión recogió las cenizas de Gaiena. Roció sobre ellas aquel líquido dorado otorgado por la mismísima Atenea. De ellas resurgió la silueta de Gaiena.