
77. Olivita
Érase una vez un mundo mágico, el de las campiñas, donde las aceitunas estaban hechas de aceite y color. Unas aceitunas mágicas creadas por el mago Aceituno, un extraño ser muy ambicioso que, una vez concebidas, las utilizaba como transporte para viajar a través del tiempo y el espacio.
Cada una de estas aceitunas mágicas tenían un color diferente y una intensidad de aceite que una hermosa hada, llamada Aceitito, controlaba los brillos dorados que emitían sin control esas criaturitas.
En el mundo mágico de la Campiña habitaban esas aceitunas tan especiales, muy divertidas y alegres, aunque a veces se mostraban bastante traviesas y difícil de controlar. Les costaba aprender a dominar su aceite y la intensidad de su color. Menos mal que contaban con la ayuda de su hada madrina siempre dispuesta a aportarles el mejor aceite con un simple toque de su varita de soles.
Dentro de este inmenso mundo, las aceitunitas vivían felices en un mar de olivos brillantes, rodeados de tierra fértil y bañados por el sol.
Un día, una de las aceitunas más traviesas, conocida popularmente con el nombre de Olivita, aburrida y cansada, decidió jugar con su aceite. Lo hizo brillar tan intenso, que terminó por reventar y derramar todo su contenido. ¡Quedó totalmente arrugada y descolorida! Débil y muy triste, se soltó de la rama y cayó a la tierra dorada.
El hada Aceitito se preocupó mucho por su salud y llamó a unos guerreros para que la curaran, y pudiera recuperar su aceite perdido cuanto antes.
Pero los fertilizantes la vieron muy mal y, en vez de levantar su ánimo, la castigaron cruelmente.
–¡Aceituna Olivita! ¡Lo sentimos! ¡No podemos hacer nada por ti! ¡Si quieres tener tu aceite, debes marcharte muy lejos de aquí y viajar por diferentes lugares para superar diferentes desafíos! ¡Solo entonces, podrás regresar a este tu hogar!
Dicho esto, los fertilizantes expulsaron a la pobre Olivita de los olivos.
Desterrada injustamente de su morada, esta aceitunita, comenzó un largo viaje sin rumbo, recorrió diferentes lugares para encontrar amigos que le ayudaran a recuperar su color y su aceite.
No rodó mucho tiempo cuando, por casualidad, chocó con el mago Aceituno.
–¡Eh, tú, flaca aceituna, mira por dónde vas! –Le gritó el mago muy enojado.
–¡Perdone! ¡Señor! ¡No le vi! –Se excusó Olivita.
–¡Apártate de mi camino! ¡Llevo mucha prisa y llego tarde a mi destino! –Hizo el inquieto mago el ademán de seguir corriendo, pero la aceitunita le cortó el paso.
–¡Espere! ¡Espere! ¿Usted es el mago Aceituno?
–¡Sí, yo soy! ¿Qué se te ofrece?
¡Señor mago! ¡Por caridad! ¡Deme aceite y color para que vuelva a brillar con intensidad! ¡Y regresar a casa! –Le rogó al brujo, que sonrió con sarcasmo ante la sugerente petición.
–¡Ni hablar! ¡Consíguelo tú! ¡Y ahora déjame pasar! ¡Tengo muchísima prisa!
Olivita no se dejó convencer y lo siguió muy de cerca.
Al poco, el mago Aceituno desapareció entre un resplandor de colores, como si fuesen un arco iris, y la aceitunita lo perdió de vista definitivamente. ¿Quedó abandonada a su suerte! Y temerosa, siguió avanzando en su peregrinar por el mundo de las Campiñas.
Horas más tarde, agotada y desesperada, la pequeña Olivia llegó a un campo repleto de arbolitos desconocidos para ella. Tenían una forma y un tamaño diferentes a los olivos. Quiso entrar en sus limitaciones y conocerlos, además de solicitar ayuda. Pero alguien se lo impidió.
–¡Eh, tú! ¿A dónde crees que vas? –Le gritó un pistacho, el árbol desconocido para la visitante.
–¡Perdone, señor! ¡Soy una aceitunita y busco a alguien que me eche una mano! ¿Qué es usted? ¿No le conozco!
–¡No ves que soy un pistacho! ¡Fuera de aquí! ¡Vete y déjanos en paz! ¡Ve a buscarla a otra parte!
Y Olivita se marchó cabizbaja.
¡Pasó demasiado tiempo! Errando de un lado para otro. A pesar de su esfuerzo, no encontró a nadie que la ayudara en su empeño por recuperar el valioso aceite perdido por su culpa y estaba muy arrepentida. Lo único que quería era regresar, ya no sabía a quién acudir.
Una noche de estrellas resplandecientes, Olivita se hallaba descansando bajo un alto pino allá en unos lejanos pinares que se asomaban a la vera de un riachuelo de aguas transparentes. Lloraba sin consuelo, tanto, que sus lágrimas regaron la hierba húmeda del rocío.
¡Solo un milagro haría que Olivita, al fin, fuera feliz!
Desde las entrañas de la tierra, un pequeño nomo escuchó unos lloriqueos. Atraído por la curiosidad, poquito a poco, fue subiendo por un estrecho caminillo hacia la superficie y salió justo de entre una piedra cercana al pino. Se sorprendió mucho al ver una aceituna, toda arrugada y sin color, llorando como una madalena. Se acercó a ella y le habló de esta manera:
¡Aceitunilla! ¡Aceitunilla! ¿Por qué lloras? ¿Puedo ayudarte?
Olivita dejó de lloriquear al ver a una criaturita casi tan pequeña como ella.
–¡Ay, señor nomo, no sabe usted el gran calvario que he sufrido desde que salí de los olivares!
–¡Lo imagino, aceitunilla, no te preocupes! Dime, ¿en qué te puedo ayudar?
–¡Ay, señor nomo! ¡No tengo aceite! ¡Estoy arrugadísima! ¡Ni tampoco tengo color! ¡Necesito recuperarlos para volver a ser una aceituna verde con mucho, mucho aceite! ¡Y, de esta manera, ser una aceituna sana!
–¿Cuál es tu nombre?
–El hada Aceituno me llama Olivita.
–Olivita, escucha con atención. En la orillita del río hay una pequeña cavidad sobre una piedra. Si llegas allí, introdúcete en ella y te empapas de un viscoso aceite que se acumula en su interior. Es muy curativo y milagroso. ¡Sanarás! ¡Mucha suerte! ¡Adiós! –y el viejo nomo se metió de nuevo por el agujero y se esfumó.
–¡Espero! ¡Espere! ¡Señor nomo! ¡Muchas gracias!
Olivita hizo caso. Se fue en busca de la piedra, rodando por la grava de la orilla, hasta pararse en una de las más grandes. Trepó y cayó dentro. Tal como le reveló el nomo, se bañó en ese aceite. ¡Milagrosamente, la aceituna renació!
Después de este renacer, la feliz aceitunilla regresó a casa.
Por el camino de regreso, Olivita se encontró con un grupo de olivos centenarios ubicados majestuosos en lo más alto de un cerro de una región bastante alejada del mundo de las Campiñas.
–¡Hola! ¡Señores olivos! ¡Qué viejos son ustedes! ¡Y qué arrugados están! –Se sorprendió nada más verlos.
–¡Hola aceitunita altiva! ¡No te sorprendas de nosotros! ¡Sí, somos muy viejos, centenarios! ¡Llevamos plantados en este mismo sitio muchísimos años, ya he perdido la cuenta de cuántos! ¡A lo largo de ellos hemos sufrido las inclemencias del tiempo: olas de calor, vendavales, tormentas y lluvias torrenciales! ¡Y a pesar de todo, hemos producido muchas, muchas aceitunas como tú, llenas del mejor aceite! ¡Y aquí seguimos, viendo pasar el tiempo hasta nuestro triste final! –Habló con voz ronca y pausada uno de los viejos olivos, el más anciano y el que sobresalía por encima de los demás–. ¿Cómo te llamas?
–¡Olivita! ¡Ji! ¡Ji! ¡Qué gracia tiene usted!
–¡A dónde vas tan alegre? –Preguntó otro olivo.
–¡A casa!
–¡Qué pena no poder acompañarte, pequeñaja! ¡Pero puedes coger una de nuestras ramas con hojas y llevártelas de recuerdo! ¡Anda! ¡Cógelas! –Y el más anciano le ofreció unas ramitas con hojas.
Olivita las cogió y agradeció el detalle.
–¡Gracias amigos! ¡Hasta la vista! –y se marchó tan contenta con su adorno.
En las inmediaciones de los olivos brillantinos, la feliz Olivia se encontró con el mago Aceituno. Este, al verla brillar de nuevo, se maravilló y le preguntó:
–¡Aceitunita! ¡Es asombroso! ¿Cómo lo has logrado?
–¡Hola, señor mago! ¡Un generoso nomo me confió un secreto, que no le diré, gracias al cual renací milagrosamente!
–¡Impresionante! ¡Déjame acompañarte!
–¡De acuerdo! ¡señor mago! ¡Vayamos juntos hasta los olivares!
Cuando Olivita regresó a casa, todos los habitantes de las Campiñas se sorprendieron al verla tan hermosa y brillante.
El hada Aceitito fue la primera en acogerla con los brazos abiertos y le dio la bienvenida con un fuerte abrazo.
–¡Olivita! ¡Qué alegría verte de nuevo! ¡Estás radiante! –Exclamó el hada.
–¡Gracias, Aceitito! –respondió Olivita, emocionada –. ¡He pasado por muchas dificultades, pero finalmente he logrado recuperar mi aceite y mi color!
Todos los demás olivos y aceitunas se reunieron alrededor de Olivita para felicitarla y escuchar su historia. La aceituna les contó todo lo que había pasado en su viaje y cómo había logrado recuperar su aceite gracias al consejo del pequeño nomo.
–¡Qué valiente eres, Olivita! –dijo uno de los olivos–. ¡Has demostrado que con perseverancia y coraje se pueden superar cualquier obstáculo!
–¡Así es! –añadió Aceitito–. ¡Y nunca debemos perder la esperanza ni dejar de buscar soluciones a nuestros problemas!
Desde ese día, Olivita se convirtió en un ejemplo a seguir para todas las aceitunas de las Campiñas. Y aunque a veces seguía siendo un poco traviesa, siempre recordaba la lección que había aprendido en su viaje y se esforzaba por ser una aceituna responsable y cuidadosa.
Y así, la vida en las Campiñas siguió su curso, con sus olivos brillantes y sus aceitunas mágicas llenas de vida y alegría. Y Olivita, la pequeña aceituna que pasó por tantas dificultades, se convirtió en una leyenda que se contó de generación en generación.