70. Ex Edén

Natalia Doñate

 

Paloma era dócil y amigable. Sucia y desnuda como perro había llegado al “Edén”, ahora devengado en limbo. Los ancianos habían cubierto la desvergüenza de tres añitos con una camisa de Alfonso, que la niña arrastraba como cola de traje nupcial. Percudida quedaría en sus vidas, aunque entonces no lo sabían. La habían devuelto con urgencia al olivar vecino, a una madre que no ostentaba sorpresa.

—Disculpas si os ha molestado. Es una salvaje.

Aquel fue el verano en que ganaron una nieta, el único aderezo a sus días posteriores a la vecería, a las plagas. Temporadas de hojas amarillentas y larvas infinitas anudaban sus manos y sus silencios.

La niña contaba con dieciséis años cuando atravesó la puerta de entrada a los tumbos, presa de la emoción. Blandía una gran rama a modo de bandera.

—¿Acaso es la oliva de la paloma de la paz? —preguntó, bromista, María.

Ella negó con ganas. Era mucho más que eso. Se trataba de un injerto.

Los olivos del Edén se nutrieron de los árboles vecinos y, con el tiempo, volvieron a dar frutos.

A la fecha, ambos terrenos se encuentran unificados bajo el modesto nombre “Los Abuelos”.