59. Raíces

Patrizzia Marsh

 

<<¿Qué tan lejos llegan las raíces de los olivares?>>

 

Recuerdo la intriga que me causó el título de aquel artículo.  La revista descansaba sobre la mesita en la sala de espera junto con otras de producción de aceitunas y estrategias de negocios.  Se encontraba abierta por la mitad con aquel titular a la vista como si alguien más también hubiese estado contemplando la pregunta hacía tiempo a juzgar por la decoloración de las hojas y lo aplanada que estaba la encuadernación.  Intenté anticiparme a la respuesta según lo que yo conocía de otros árboles cuando de pronto la secretaria me dio el aviso que podía pasar.  Dejé la revista, pero me llevé la inquietud.  ¿Qué tan lejos llegaban las raíces de los olivares?

La reunión avanzó mejor de lo que esperaba y terminamos dándonos un abrazo con Fermín, el propietario de la empresa española de la cual empezaríamos a importar su aceite de oliva.  Al final nos nombró representantes exclusivos y me invitó a comer.  Al pasar frente a la sala de espera vi que la revista seguía donde yo la había dejado.  Sí, la longitud de las raíces…  ¿Cuatro metros, quizás?  De lo contrario las raíces de los otros olivares se entorpecerían entre sí.  Me pareció que la lógica estaba bien, pero no tenía idea de cuán lejano yo estaba del significado oculto de aquella inocente pregunta y todo lo que ella iba a provocar…

 

Vivo en América en una ciudad curiosamente llamada Olivares y tengo ya muchos años de estar importando aceite de oliva.  Lejos están los días que realicé aquella visita a la empresa de Fermín.  La relación comercial creció hasta convertirse en una profunda amistad.  El desarrollo del aceite siguió un derrotero similar, convirtiéndose en estrella en nuestro portafolio, según la matriz de cuadrantes de Boston.

Un día, hace cinco años, antes de iniciar el proceso de planificación estratégica, Alicia, mi Gerente de Marketing,  solicitó un espacio.  Estábamos allí nueve Gerentes, pertenecientes a diferentes áreas de la Empresa.  Alicia levantó una caja de madera que tenía a su lado en el suelo y la colocó con suavidad sobre la mesa.  La abrió y de su interior extrajo una botella que venía envuelta por viruta de madera.  Reconozco que no soy aún un experto en el tema, pero sí puedo decir que algo he aprendido y que aquella botella no había salido al mercado en ningún país de América.  De inmediato capturó mi total atención y la del equipo reunido.

A primera vista podía constatarse que no era simple vidrio, el tradicional utilizado en numerosos productos alimenticios.  Se trataba de una especie de cristal que no supimos identificar.  Se veía delicado, algo quebradizo y rústico pero de una belleza artesanal difícil de explicar.  De su largo y fino cuello colgaba una etiqueta artísticamente elaborada a mano y en caligrafía impecable.  Por algún efecto de la luz, la botella traslucía grabando breves reflejos dorados sobre la mesa.

—¿Y eso?  ¿Es alguna edición conmemorativa que Fermín está realizando?  —intenté adivinar.

—No, Francisco  —Alicia tenía una curiosa expresión—.  La botella llegó en el contenedor junto con el último pedido.  No venía especificada en los documentos de envío.  No le acompañaba ningún tipo de información.  Les he escrito y me han respondido que desconocen su origen.  Les envié una fotografía para mostrarla en bodega pero tampoco ellos pudieron dar fe.  Es un misterio.  Entre cosa y cosa, aquí está.

—Pásamela  —le pedí.  La deslizó con su mano ante los ojos intrigados de todos.

La abrí con cuidado y el aroma del aceite empezó a expandirse por la sala de reuniones.

Acerqué uno de los platos pequeños que tenemos en la mesa e, inclinando la botella, por su boquilla empezó a aparecer una gota del aceite.  No es válido decir que aquello era aceite de oliva, ya que más parecía una especie de néctar dorado, como cristal líquido a temperatura ambiente, si tal cosa pudiera existir.  Con mi interés desbordándose vi la gota detenerse por un momento en la extremidad de cristal.  La prima dona de una obra inédita en el día de su estreno.  Incliné más la botella; la gota se resistió de nuevo hasta que finalmente concedió su descenso al plato, muy despacio, como si a propósito quisiera tomarse su tiempo.  Desafiando el paso de los segundos, durante su bajada destiló con peculiar distinción un número de cosas, color, reflejos, textura, aroma, como si fuese una narración en la que se exponía un tema a la vez.  Finalmente llegó al plato donde reposó, dejando claro que estaba consciente de la dignidad de su esencia.

Alguien dio un aplauso sintiendo que aquello que acabábamos de presenciar lo merecía.

—Bueno…  Fue algo digno de verse  —dije, confundido ante aquella pequeña gota dorada inmóvil sobre la porcelana emitiendo diminutas centellas.

—Huele a aceite  —adelantó Alicia.

Escuché a alguien de Logística llenarse los pulmones.

—Es verdad  —expresé, y mojando la punta del dedo, la probé en la punta de la lengua.  Cerré la boca y extendí el sabor hacia la parte posterior intentando detectar mejores aspectos de su frutado y dulzura, el picor, amargor o alguna otra característica que revelara algo acerca de aquel misterio.

—También sabe a aceite, Francisco  —Alicia me miraba fijamente—.  Ya lo hemos probado.  Pero no es de calidad superior a la que conocemos y vendemos.

—Ya.  Esto es aceite entonces  —expresé sintiendo que algo de la magia se desvanecía.

Cuatro dedos curiosos se extendieron hacia el plato para catarlo a nivel personal.

—Tanto drama… ¿para terminar siendo aceite?

—No he dicho que sea aceite   —repuso Alicia—  sino que huele a aceite y que sabe a aceite.

Me eché hacia atrás para verla mejor.  El acertijo estaba poniéndome de mal humor.

—Sin más rodeos  —Alicia acarició la botella como si fuese una mascota—.  A falta de palabras…  Esto es oro líquido.

—Oro líquido —repetí como autómata—.  Interesante metáfora.

Me le quedé viendo y ella a mí.  De improviso, en nuestras mentes empezaron a atropellarse posibilidades como si de mi cabeza saltara la propuesta a la de Alicia y viceversa.  Siempre nos habíamos entendido bien, aunque creo que en ese momento quien nos inspiró la gran idea fue la botella, que no dejaba de vibrar con luces doradas, al igual que la pequeña gota sobre la mesa.

—¿Una promo… plus?  —dijo tentativamente.

Moví mi cabeza asintiendo al plus, pero sentí que “promo” era demasiado vulgar para algo tan sublime como lo que teníamos enfrente.

—¿Hay forma de saber cuántas gotas contiene la botella?  —Me volteé hacia I&D.

—Si su contenido es similar a las demás, cosa que así parece, estamos hablando de aproximadamente 20 mil gotas.

—Son suficientes  —dijo nuestra Gerente de Compras intentando un ángulo valioso por su lado mientras también crecía en su imaginación la idea de una actividad singular.

—Si son 20 mil gotas…  —empecé.

—Tenemos entonces 20 mil promo plus  —concluyó la frase Alicia.

—Es decir, 20 mil clientes  —cerró el tema alguien más con un pequeño aplauso.

Todos sonreímos, satisfechos de la incipiente idea que había nacido con tal facilidad en la mesa de reuniones.  Desde la pared nos miraba con aprobación don Felicio, fundador de la Empresa hacía tres generaciones, mi abuelo.  Él había iniciado las importaciones de España pero había sido mi acierto personal el haber incorporado el aceite de oliva al portafolio de los ya exitosos productos que distribuíamos en el mercado.

Francamente entusiasmados, nos sentamos a desarrollar la idea sin imaginar lo que aquella botella iba llegar a ocasionar, no sólo en nuestras ventas, sino en la misma ciudad de Olivares y sus habitantes.

 

Tres meses más tarde lanzamos la actividad con fuerte presencia en medios masivos.  La vidriera local nos había fabricado unos recipientes pequeños, como joyeritos transparentes en los que depositamos una sola gota del aceite misterioso.  20 mil joyeritos.  20 mil gotas.  Quien adquiriese una botella tradicional podía llevarse por un precio simbólico esta otra con una partícula de oro líquido morando adentro.

Para entonces España había desistido en determinar cómo aquella botella había llegado a nuestras manos.  Para dejar el caso debidamente cerrado, le envié a Fermín una muestra con la notita: “cosas que pasan”, frase que él mismo había pronunciado.

La idea era simple.  Confeccionamos unas pequeñas cajas de madera con felpa por dentro.  Allí ubicamos una botella de aceite  -el de siempre-  a la izquierda y a la par, en un compartimento pequeño de aquel coqueto empaque, el diminuto joyero de cristal y su contenido consistente de una gota de oro líquido.  Hacía pensar en una perla bien resguardada.

De nuestra bodega partieron hacia los puntos de distribución un total de 19 337 botellas en su cajita de madera con el diminuto joyero conteniendo el oro líquido.  Sugerimos a través de la comunicación masiva y uno a uno en los puestos de degustación que aquel tesoro fuese ubicado en la ventana de la cocina, ya que la luz del sol actuaba sobre él como un prisma que proyectaba colores como pasados por un filtro dorado.  Así lo hizo el público, quedando sus techos y paredes iluminados con destellos refulgentes, agregando belleza a los ambientes.  Algunos de ellos, de su iniciativa incluso adornaron el área como si fuese un bodegón en el que el tema central era el joyerito con la gota de oro líquido.

Debo reconocer que nuestra imaginación hasta allí llegaba.  No vimos cómo sacarle más kilometraje a la idea.  Pero… qué lejos estábamos de siquiera soñar que iba a haber una señora llamada Josefa, de 61 años, que tendría la extraña ocurrencia de sembrar su gota de oro líquido en el jardín.  Absurda idea.  Pero como ella dijera en la entrevista: “era abono para mis rosas”.  Pocos días más tarde publicó en redes sociales que sus flores estaban adquiriendo un color más intenso.  Incluyó una fotografía de la rosa antes de aplicarle el oro líquido y otra de cómo estaba ahora, de un color rojo intenso.  La fotografía no tenía trampa; fue directa del jardín a las redes.

Otras mujeres empezaron a imitarla, interesadas en lograr resultados similares con las flores que cultivaban en sus jardines.

Las cosas, sin embargo, no terminan allí.

Pasadas tres semanas, de la tierra empezaron a brotar unas matas pequeñas junto a todas las flores.  Algunas mujeres arrancaron los pequeños brotes misteriosos, temiendo que fuese algún tipo de maleza.  Otras, curiosas, los dejaron crecer.  Pronto una de ellas, también a través de las redes sociales, compartió una fotografía de la novedad en su jardín y una experta botánica en el grupo reveló para sorpresa de la mujer, que se trataba de un árbol de olivo.

En cuanto nos enteramos de aquella noticia enviamos inmediatamente a nuestra gente a indagar.

—Son olivos, Francisco  —me dijo el Gerente de I&D—.  Las personas que depositaron en sus jardines la gota de nuestro aceite especial  -el oro líquido-  están obteniendo a cambio brotes de plantas de olivo.

—¿Brotes?  ¿De olivo?  No tiene sentido  —expresé mientras miraba las fotografías que iba mostrándome en su móvil—.  Cualquier experto en botánica se reiría de esto.

—Y sin embargo…  —se atrevió a decirme.

—Es como que me dijeras que alguien sembró un euro y ahora tiene un árbol con billetes colgando de las ramas.

—Mira, Francisco  —Alicia me mostró una serie de videos en su móvil.  Eran docenas de jardines mostrando el crecimiento de más plantitas—.  Al dorado me remito  —concluyó poéticamente.

 

Fermín me llamó pocas semanas después, impresionado por el reporte que le habíamos compartido al realizar la primera evaluación de la promo plus.

—Nadie en España puede explicarse lo que está sucediendo en Olivares  —pude ver su rostro animado a través de la cámara y su despacho atrás—.  Parece un cuento de hadas.

—Lo es, Fermín.  Son 10 mil botellitas de oro líquido depositadas en los jardines.

—10 mil brotes  —dijo él meditando—.  Es una fortuna que el clima de Olivares sea idóneo para el olivo, favoreciendo todos estos sucesos  —el rostro de Fermín brillaba y se oscurecía con cada nueva fotografía que revisaba en la pantalla.

—Mira ahora esto  —y le envié dos videos.

Los vio con ojos de sorpresa.

—¿Ahora… esto?  No comprendo, Francisco.  Las aceitunas que se está cosechando son… doradas, no verdes.  ¿No es un problema de calibración de color del móvil?

Son doradas  —busqué en mi escritorio el estudio de Alicia—.  Pantone 871C.  El color del oro.  No me preguntes, porque no tengo idea qué es lo que está pasando aquí.

—Por favor recíbeme la semana entrante  —me pidió Fermín—.  Necesito verlo con mis propios ojos.  Gotas de aceite que llamas “oro líquido”, que se deposita en la tierra y produce matas de olivo, cuyo fruto son aceitunas doradas.  Misterioso.  Inverosímil.

—Absurdo  —agregué, para que no me lo dijese él.

 

Recogí a Fermín en el aeropuerto.  Entró en el vuelo de primera hora luego de pasar la noche en Miami.  Me dio gusto verlo destacando de los demás pasajeros en movimiento.  Alto, manga corta, delgado, con su rostro curtido por el sol y barba casi toda blanca.

Hablamos de muchas cosas, comimos y me suplicó que diésemos inicio de una vez a la gira que le tenía prevista.

Visitamos varios hogares con sus jardines llenos de olivos.  Mi amigo no dejaba de ver, admirarse, preguntar, incluso aplaudir.  A la hora de cenar estábamos agotados.  Nos dimos un abrazo como hermanos celebrando un éxito de familia y lo llevé al hotel.

—Mis olivos están buscando desplegarse a América  —dijo, apoyado en la ventanilla de mi automóvil—.  Quizás al mundo.  Perdona si soné soberbio; estoy emocionado.

—Descuida, estamos ante un misterio afortunado.  Pero, vete a dormir.  Descansa.  Ha sido un día largo.  Mañana hablaremos en el desayuno.

Nos vimos temprano al día siguiente, en el restaurante del hotel.

—Te ves más repuesto de lo que esperaba  —le dije mientras hacía señas al mesero con los menús.

—Es el entusiasmo, Francisco.  Soñé mil cosas…

—Hoy será un gran día.  Quisiera descubrir el origen de la botella y su contenido.  Imagina replicarlo de nuevo.  Incluso en España.

Pero Fermín tenía la vista perdida a lo lejos.

—No sé si debiese decirte esto, Francisco, pero no puedo quitarme de la cabeza las leyendas que mi padre me contaba cuando yo era niño  —se pasó las manos por la barba, recordando.

—¿Leyendas?  ¡Cuéntame!  Quizás este es su momento en el escenario  —tenía la esperanza que tal vez por allí encontraríamos respuestas al acertijo.

—Cuentan que los olivos lloran lágrimas doradas  —dijo con gran seriedad—.  Ellas se convierten en aceite.  La otra leyenda trata de un tesoro oculto.

—Lágrimas doradas…  Interesante, Fermín…  —el mesero trajo los menús pero le señalé que los dejara sobre la mesa para verlos después—.  Dentro de lo descabellado del asunto, ya nada parece imposible.

—Es lo que pienso, Francisco  —dio un sorbo de agua—.  En cuanto a los tesoros, se dice que hay oculto un número de ellos en algunos olivares, esperando a ser descubiertos por aquellos que poseen respeto por los árboles.

—Tema ecológico…  No sé qué decirte  —subí los hombros, tratando de no ser juicioso.  Pero si había misterio en Olivares, podía muy bien también suceder lo del tesoro y las lágrimas doradas.

—Al final no importa, amigo  —sonrió y abrió el menú sobre el palto—.  Lo que sea, por algo es y hay que hacer lo correcto.

—¿Lo correcto?  —le pregunté intrigado.  No había pensado que había “algo correcto por hacer”.  ¿Acaso no habíamos ya realizado la promo plus?  Y sus resultados, ¿no eran un éxito más allá de cualquier sospecha?  La Marca estaba en boca de todo mundo.  Noticias, prestigio, credibilidad, ventas…  ¿Qué más quedaba por hacer?

—Yo te ayudaré, no te preocupes  —me puso la mano en el hombro—.  Ten presente que es necesario guiar a estas 10 mil personas que participaron en la promoción y que sembraron su gota de oro-aceite convirtiendo sus jardines en huertas del mediterráneo.

—Guiarlos, sí, estupendo  —dije saboreando la idea—.  Pero… ¿hacia dónde?  Sabes que soy americano y desconozco tantas cosas del olivo…

—Olvida las ventas  —me dijo con seriedad—.  No todo es dinero.  Evalúa dos ideas: tradiciones y cultura.

Me le quedé viendo, sintiéndome como un aprendiz, como si hubiera retrocedido el tiempo al día aquel que estaba en la salita leyendo la revista; apenas si sabía algo de aquel gremio.

—Tradiciones.  Cultura.  Eso… es lo correcto  —y se me quedó viendo.  Pude detectar en el fondo su anhelo a que yo dijera que sí.  Y de verdad que lo comprendí.  No todo era cifras de mercado cuando tenía ante mí algo extraordinario.

Tradiciones y cultura.

Entendí todo, no entendí nada.

Y sobre todo, no tenía idea por dónde empezar.

—Es lo correcto…  —pronuncié asimilando las ideas.

Fermín, sonriendo, cerró los ojos.  No necesitaba decirme más.

—Me muero de hambre  —extendió la mano hacia el mesero.

 

Todo empezó a volar desde aquel día.  Doce nuevos platos fueron creados en restaurantes de Olivares, basados en el aceite de oliva.  La asociación de cardiólogos reportó el año pasado un descenso estadísticamente significativo en enfermedades cardíacas.  Dos emprendimientos iniciaron relacionados al turismo de los olivares y una cooperativa impulsando su producción, en anticipación a las nuevas plantas que siguen brotando.  Esta semana una organización ha lanzado un proyecto sobre la educación del aceite de oliva a través de artículos en línea, blogs y entrevistas.  Comisiones mundiales vienen a visitarnos, científicos, botánicos, universidades, empresarios.

Recuerdo a Fermín muchas veces.  Los años pasaron y aunque él ya falleció, su guía ha convertido a Olivares en una pequeña España en este lado del mundo.

<<Mis olivos están buscando desplegarse a América… quizás al mundo>>, había dicho Fermín aquel día, una frase enigmática que hasta ahora termino de entender.

Y junto con ello, por fin quedaba respondida la pregunta de aquella revista en la sala de espera.  <<¿Qué tan lejos llegan las raíces de los olivares?>>.

Ahora lo sé.  Ellas llegan muy lejos.