47. El legado
Entré en la cocina de la desvencijada casa de piedra que había heredado de mis abuelos. Me habían legado la vivienda para rehabilitarla y convertirla en el museo de la empresa familiar. Todavía recuerdo sus palabras. Hay que tener presente las raíces. En la alacena había unas cuantas alcuzas de metal y aceiteras de vidrio. Mira, calentamos el aceite de oliva y cuando hierva le echamos las cáscaras de la naranja, removemos, vaciamos la mezcla en este frasco y lo guardamos un mes en un lugar oscuro. Y así obtendremos la esencia para nuestro perfume. Otro día te enseñaré a hacer jabón de Castilla. Deseaba que llegara el verano para pasarlo junto a mis abuelos en el pueblo. Conocían todos los usos que podía tener el aceite. Me maravillaba ver cómo lo transformaban en cremas, perfumes, jabones, bálsamos y champús para luego venderlos en los mercados y en algunas droguerías de la capital. Mamá, no irá nadie. Pese a las reticencias de mi hijo, cumplí con los deseos de mis abuelos y al lado del museo, monté un restaurante que cuenta con dos estrellas Michelin gracias a sus recetas basadas en el AOVE. Por cierto, ambos establecimientos están siempre llenos.