
40. Estrellita
Cuenta la leyenda que una pequeña Estrellita vivía con sus hermanas y mamá Lucero. Cada noche debían acompañar a Luna a brillar en el cielo. Un buen día, cuando Lucero les anuncia la hora de retirarse a dormir, ya estando próximo el amanecer, Estrellita en lugar de marcharse, se ocultó en la copa de su amigo Olivo Fuerte, a quien admiraba por su capacidad para hacerle frente a cualquier contratiempo.
Olivo era fornido y resistente, pudiendo permanecer despierto siempre que quisiera: en la cruda tempestad, bajo rayos y truenos; en la despiadada sequía o en la helada implacable sin inmutarse siquiera. Se rumoreaba que hasta sus frutos eran muy codiciados y de propiedades asombrosas. Incluso Tiempo no era capaz de afectarlo en absoluto, por mucho que se afanara en molestarlo, y hasta Escarcha, temida por la mayoría, le había declarado su amor. Pero Olivo Fuerte era muy orgulloso y Escarcha demasiado fría para su gusto, por lo que la rechazó, aunque ella nunca desistiera de arroparlo dulcemente en las noches con su blanca y suave cobija.
Sus fascinantes historias eran algo que Estrellita buscaba no perderse nunca, porque trataban sobre todo lo que Sol conocía de la naturaleza mientras que, con sus rayos dorados, alimentaba sus verdes hojas.
Por su parte, Sol era aventurero y ardiente. Disfrutaba asomarse a su balcón de nubes y dedicarse a espiar al mundo entero si así lo deseaba, siempre y cuando Nubarrón no se atravesara en su camino, obstaculizándole la visión al comenzar a llorar desconsoladamente por haber perdido su listón arcoíris. ¡Qué radiante se tornaba todo cuando aparecían los colores! Nubarrón dejaba de llorar al instante y agradecía a Sol por regalarle uno nuevo cada vez. Se murmuraba que el listón arcoíris no era obra únicamente de Sol, sino también de las lágrimas de Nubarrón convertidas en lluvia. O al menos eso aseguraba Olivo Fuerte.
Inquieta, Estrellita deseaba apreciar por sí misma ese mundo rodeado de luz. Para ella la noche siempre se le antojaba muy triste y solitaria. Por mucho que se afanara, no era capaz de ver a los animales del bosque, a los que pastaban a campo abierto; a las flores del prado, ni siquiera a los niños de los que tanto le hablaba Olivo Fuerte, por lo que apenas podía esperar por la oportunidad, a pesar de las advertencias de mamá Lucero de nunca abandonar su hogar ni su responsabilidad.
Aconteció entonces que, cobijada por la sombra que le proporcionaba el tupido follaje de su amigo, a medida que el alba iluminaba la tierra, Estrellita pudo apreciar cuán hermoso era todo lo que le rodeaba. Como, poco a poco, la oscuridad se llenaba de color y las mariposas comenzaban a libar de las margaritas; y las ardillas y golondrinas despertaban, revoloteando por doquier, alborotadas, al tiempo que los niños emprendían su camino al colegio.
Confinada en su refugio, Estrellita creyó que allí podía disfrutar sin temor de todo lo que veían sus ojos, por lo que pretendía aguardar pacientemente al ocaso. De todos modos, debía esperar a que Sol se fuera a dormir para poder volver con mamá Lucero y sus hermanas. Era peligroso que Sol la hallara despierta, pudiendo llevarse un castigo.
Al paso de las horas, sin esperarlo, Estrellita avistó a lo lejos a una graciosa niña que se acercaba alegremente por el sendero en compañía de su abuelo. Ambos se refugiaron a la sombra de Olivo Fuerte para beber, cuando el resplandor de Estrellita llamó la atención de la pequeña, quien fijó su mirada en la copa del árbol.
−¡Es una estrella! –exclamó, llena de ilusión−. Pero, ¿por qué está despierta de día? ¡Se ha quedado atascada en lo alto! Abuelito, ¿podemos ayudarla?
Al escuchar la cándida voz de la niña, Estrellita se conmovió y descendió a una rama más baja para hablarle. Se presentó y, con dulce voz, le contó las razones por las que se hallaba fuera de sitio.
Descubrió que aquella niña se llamaba María y de inmediato conectaron muy bien. ¡Era la primera vez que Estrellita se sentía tan feliz! ¡Había hecho una amiga! Mientras que el abuelo le daba de comer a los gorriones, ambas, María y Estrellita, pasaban el tiempo conversando animadamente y, poco a poco, la estrella olvidó que debía mantenerse alejada de los rayos de Sol, hasta que, sin querer, fue descendiendo cada vez más hasta encontrarse muy cerca del rostro de María, dejándose caer en las palmas de sus manos abiertas.
¡Qué dolor! ¡El resplandor dorado le había rozado una de sus puntitas, quemándola al instante! Estrellita se echó a llorar, angustiada. ¡Sol la había descubierto! ¡La delataría a mamá Lucero y además le acababa de propinar un temible azote!
Acto seguido, la pequeña María se percató de lo sucedido y protegiendo a Estrellita con su cuerpo, corrió a casa. Allí en su habitación, cerró todas las ventanas y las puertas para que Sol no penetrara y así desistiera de martirizar a Estrellita. Curó su puntita con aceite recién decantado de las aceitunas que Olivo Fuerte le había regalado, para luego vendarla con gasas limpias.
Pese a todo, Estrellita se sentía triste, asustada y avergonzada. Su brillo se apagaba. Sol ya se estaba ocultando tras el horizonte y Luna se asomaba levemente en el cielo. ¡Seguramente estarían muy enojados con ella!
−Estrellita, ¿por qué desobedeciste? −repuso María−. ¿Acaso no sabes que debes iluminar por la noche y no por el día? Te has hecho daño y por eso yo también sufro.
−No quiero volver a casa −le contestó Estrellita−. Allí arriba estoy sola. No tengo amigos, todo el mundo se va a dormir cuando yo despierto. De todas formas, tampoco soy tan útil como Luna. Ella sí que lo ve todo, porque su luz riega los campos, incluso Lobo Gris y sus cachorros la saludan todas las noches.
−Estrellita, no te aflijas. Mi abuelo siempre dice que todos somos especiales, que todos somos importantes, y algún día serás un lucero, como tu mamá. ¡Brillarás mucho más de lo que crees! Además, no todo el mundo se va a la cama en la noche. Creo que debes prestar mayor atención y así podrás ver que no solo Lobo Gris, sino también Vieja Lechuza, Gato Pintado, Murciélago Albino, Liebre Veloz e incluso Zorro Astuto te conocen y te reciben, aunque no les hayas visto. ¿Acaso no ves que tus lágrimas son tan espesas que empañan tus ojos? La noche es magnífica, tanto como el día, pero si no brillas en ella el resto del mundo se perderá, porque solo tú y tus hermanas pueden mostrarnos el camino a casa. Todos nos guiamos por tu titilar cuando el resto de las luces se han apagado. Vuelve al cielo, yo permaneceré aquí. Te hablaré antes de ir a dormir y te escucharé de vuelta. ¡Seremos amigas por siempre! Hoy te he ayudado, puede que en el futuro tú me ayudes a mí.
Estrellita recuperó la felicidad con aquellas palabras. Comprendió que en realidad era muy valiosa y que lo que en aquel momento deseaba con más fervor era volver a su hogar para convertirse en lucero, dispuesta a socorrer desde el firmamento a los que se hallaban perdidos en los caminos y en el mar.
Al anochecer, María salió al pórtico y abrió sus manitas para que Estrellita se alzara flotando hacia el espacio, mientras que Olivo mecía sus ramas con entusiasmo, contemplándola elevarse, y sintiéndose extremadamente dichoso porque su aceite había sido útil a su querida amiga.
Mamá Lucero, preocupada, no cesaba de levitar de un lado a otro, buscando a su hija perdida, y Luna se había atrevido a preguntar por Estrellita a Gato Pintado sin éxito. Y fue entonces que la vieron acercarse desde la tierra, con su puntita herida, pero brillando de alegría.
Su familia nocturna estalló en vítores al verla retornar sana y salva; sin embargo, la reprendieron duramente por haber desobedecido. En su compañía, Estrellita reanudó su labor, incluso más que antes, satisfecha de saber que tantos le estaban agradecidos por existir para ellos. Ahora no solo tenía a María, sino a muchos otros amigos más, abrazando la noche como el hogar de donde nunca volvería a escapar.
Desde entonces, transcurrieron incontables primaveras y a Estrellita, ya convertida en el lucero más sublime de todos, le fue encomendada una tarea especial que solo ella era capaz de realizar.
Tres viajeros deambulaban perdidos a lomo de sus camellos, buscaban a un príncipe; no obstante, esa noche Luna había salido de compras a la Vía Láctea y la tierra se hallaba en penumbras, tanto que a los viajeros les era imposible ver la ruta a seguir. Era el deber de Estrellita el conducirlos hasta el Niño Príncipe y así lo hizo.
Y allí abajo, entre el pasto y los pesebres, rodeada del cariño de Perro Leal, de Vaca Estirada, de Gallina Pinta, de Carnero Robusto, de Oveja Mansa y de Asno Distraído, descubrió a su amiga María. ¡Ya no era pequeña! ¡Había crecido a la par suya, llevando ahora en los brazos a su hijo, el Niño Príncipe que los tres viajeros tanto ansiaban encontrar!
Estrellita dejó caer toda la fuerza de su destello sobre ambos, mientras María le sonreía con ternura, gozosa y agradecida de su compañía.