39. El olivo serendipia

H.R Macías

 

Era el primer viaje de Alejandro a Andalucía, un viaje de oleoturismo en busca de un descanso de la rutina. El aroma del aceite de oliva recién prensado lo envolvía mientras recorría los antiguos cortijos que guardaban siglos de historia.

En uno de esos cortijos, al pie de un olivo centenario, la vio por primera vez. Camila, con su cabello ondulado que se confundía con las hojas plateadas, escuchaba atenta las historias del guía. Sus ojos reflejaban la luz dorada del atardecer, y su sonrisa, cálida y sincera, rivalizaba con toda la belleza del lugar. Ella lo miró y sonrió divertida, sin duda por la cara que él debía estar poniendo. Alejandro volvió de su ensoñación y rió, avergonzado. Se acercó y comenzaron a conversar.

Durante los días siguientes, sus almas se encontraron entre los olivos, caminando por senderos empedrados, compartiendo risas y secretos. El olivo donde se conocieron se convirtió en su punto de encuentro, un testigo silencioso del amor que florecía entre ellos.

Y así, cada año, los enamorados regresan, cultivando su amor en la tierra fértil de Andalucía, donde una serendipia se dio bajo la sombra de un hermoso olivo.