26. Oro líquido

Carlos Alberto de la Cruz Suárez

 

Doña Cata despertó desorientada la mañana del martes, la puerta de su departamento estaba entreabierta, no prestó atención a ese detalle, ya en otras ocasiones había olvidado poner el cerrojo. Se aproximó por la sala y descubrió a su hija husmeando los cajones de una vieja cómoda.

—¿Estás buscando mi oro? —preguntó con desconfianza. No recordaba que fuera día de visita.

—¡Sí, mamá!, pero hace tiempo no queda nada desde que…

—No empieces con reproches —interrumpió la anciana con cierto enfado—. Tú nunca estuviste pendiente de mí.

—Al menos llegué a tiempo, antes que tu “noviecito” te dejara hasta sin casa.

—Él si me quería de verdad.

—Quería, pero tu fortuna.

—¡Ay, ándale!, ¡ayúdame a buscar!, que no recuerdo dónde lo dejé.

—Ya dije que no tienes ni un peso, busqué desde hace rato y no tienes nada de valor.

—¡Mira nada más!, ¡acá está!, en la cocina.

Doña Cata se llevó a la boca una cucharada de aceite oliva, por recomendación médica, en ayunas, ello le ayudaría a mejorar su condición.

— Por cierto, ¡tú no eres mi hija! —exclamó, mientras la botella rodaba por el piso.