221. El último susurro del olivar
En un pequeño pueblo rodeado de montañas, el sol se escondía tras un viejo olivo, cuyas ramas parecían contar historias de antaño. Ana, la última de su familia en cuidar del olivar, pasaba sus dedos por el tronco nudoso, recordando las risas de los cosecheros que un día llenaron el aire de alegría.
Este año, el pueblo había cambiado. La almazara, que una vez resonaba con el canto de las aceitunas al caer, había cerrado sus puertas. El olivar, antes bullicioso, ahora era un eco del pasado. Sin embargo, Ana no podía rendirse. Con el corazón lleno de esperanza, decidió recoger las aceitunas que aún quedaban.
Esa noche, mientras la luna asomaba entre las hojas, se sentó en el suelo y empezó a prensar las aceitunas. El aroma del aceite fresco invadió su hogar, llenándola de recuerdos. Al probar una cucharada, sintió que el legado de su abuela seguía vivo. Con una lágrima rodando por su mejilla, Ana entendió que no solo era el final, sino también un nuevo comienzo. Así, con determinación, decidió abrir su propia almazara y devolverle al olivar la vida que tanto amaba.