02. La sonrisa
No lo entendía. Mi abuelo sonreía. Todos los demás no lo hacían. Es decir, reían de vez en cuando; algunas veces incluso una carcajada espontánea libraba alborozada de sus gargantas, pero sus vidas eran casi siempre serias. Apretadas. Disgustadas.
Mi abuelo vivía en la sonrisa.
—¿Abuelo, por qué no eres como los demás? —Recuerdo que paseábamos entre olivares. La cosecha estaba en ciernes y mi abuelo me enseñaba esquejes, madrigueras y los colores del campo. Alargó apenas su mano al vuelo de un olivo.
— Dime ¿Qué es esto?
—Una aceituna —contesté.
—No. Eso es lo que parece.
—¿Y qué es?
—Verás. A las aceitunas les pasa un poco como a las personas. Tú no quieres a tu madre por lo que mide de alta, ni por las facciones de su rostro ni por el color de su pelo ¿Verdad?
…(no supe que decir)
—Ella emana amor en tu presencia. La amas por lo que percibes. No por lo que parece.
—Sí.
—Esta aceituna es una prisión. Dentro reside el aceite que es lo que le da sabor. Cuando cosecho y hago aceite, soy consciente de lo que hago.
—¿Y qué es?
—Ver. En lugar de mirar.