195. Plegaria

Carmen de la Rosa Moro

 

Necesita un milagro. En la mesa del dormitorio, junto al ordenador, se acumulan las facturas. Su marido duerme, la lámpara de la mesilla de noche ilumina las cajas de los medicamentos. Se acerca y le toca la frente, esta noche no ha subido demasiado la fiebre. Los pasillos de la casa rural que compraron hace unos meses siguen ocupados por los andamios de los pintores.

Abre la ventana y se sienta en el alféizar. Afuera la luna llena ilumina el olivo centenario de la entrada de la finca, las macetas de geranios, la parcela árida que se ha quedado sin cultivar. Un mochuelo aparece de la nada y se posa, silencioso, en una esquina del alféizar. Ella permanece inmóvil, la mirada fija en el amarillo de los ojos del rapaz. «¿Es esto una señal?», piensa. Entonces la ve, abajo, envuelta en una túnica blanca: con el casco dorado, la lanza, el escudo. El mochuelo vuela hacia ella, se posa en su hombro. Atenea camina bajo el resplandor de la luna y va golpeando la tierra con su lanza. Con cada golpe, nace un olivo. Hileras de árboles cuajados de aceitunas que se van extendiendo por la llanura.