188. Tomillo
Entré a hurtadillas en el molino de aceite.
Mi padre y mi tío estaban descansando, con las boinas caladas sobre los ojos, en los poyetes de piedra pegados a la pared.
Sorteé las espuertas de esparto llenas de olivas, que esperaba para ser esparcidas sobre la solera y, llegué hasta las ascuas que quedaban de la lumbre.
Saqué dos patatas del bolsillo y las metí en los rescoldos que habían estado calentando el caldero de agua.
Miré al borriquillo que movía la cola acompasadamente con las orejas tiesas.
Le retiré los tapaojos y el pollino frotó su cabeza contra mí con afecto. Tomillo era un burro mayor que no servía para labrar los empinados bancales ni para acarrear los serones de aceitunas.
Así que pasaba los días dando vueltas haciendo girar la muela de piedra.
Me pegó un pequeño empujón con el hocico y me hizo trastabillar hacia las brasas, dándome a entender que las patatas estaban al punto.
Las retiré y las dejé enfriar un poco con la vista puesta entre los dos bultos que descansaban en la penumbra.
Las hundí en una jarra de hojalata con aceite y le di una a Tomillo mientras acariciaba su frente.