184. La despedida
En el rincón del tiempo, mi abuelo, me esperaba sentado en su sillón de siempre, sosteniendo entre sus manos las aceitunas que le habian acompañado toda su vida. Su ojos, marcados por el tiempo, con la sabiduría de aquellos que han cultivado la vida recorrían los míos con una lentitud solemne, como quien acaricia un recuerdo.
Lentamente me senté a su lado y entre relatos de cosechas y jornadas bajo el sol, el peso de la pérdida se tornaba ligero. “ Ojalá tener más palabras para contarte como las raíces de estos olivares tienen tanto de tus abuelos como del latido de tu ser” susurró.
“Apenas tenemos tiempo”, continuó, “nuestra despedida es un microrrelato de doscientos palabras y esta es la ciento veinte.” Nos abrazamos con urgencia, angustiados por la intensidad del olvido y la brevedad del texto. Sentí que nos fragmentábamos. Nuestra piel y el tejido raído del sillón se entrelazaban sin diferenciarse. En un intento de apreciar el ritmo de la vida, pensé: “Estamos a punto de desaparecer”
En un susurro callado, brindamos entre lo perdido y lo encontrado, por lo que queda en el alma y por volver a encontrarnos en la primera novela de una saga.