167. Cuando el olivar llora

Montesinadas

 

En esta zona del mundo no hay cementerio y pese a ser una tierra tan seca, los cadáveres tardamos mucho tiempo en descomponernos. Este hecho se explica desde diferentes teorías, pero los más preclaros científicos y los habitantes del pueblo coinciden en afirmar que las raíces de los olivos acaban por lubricar la tierra y protegen los cuerpos que han sido enterrados entre las hileras de los troncos más antiguos.
De manera recíproca, para compensar tanta generosidad de la naturaleza que nos concede una prórroga de longevidad, algunos de nuestros huesos, los más perfilados y redondos, los que están mejor tallados por los seres necrófagos que nos mastican, los entregamos a la tierra y acaban siendo el corazón de la aceituna. Un corazón duro como corresponde a un muerto, pero corazón, al fin y al cabo. Por eso, cuando alguien decide quitarlo, arrebatan el alma al fruto quedando hueco, vacío y nosotros nos revolvemos bajo la tierra. Sentimos el daño en nuestras entrañas, aunque ya estén putrefactas, y en toda la extensión del olivar se escuchan los llantos de los bebés que se retuercen de dolor en sus ataúdes.