136. El superviviente
I
Flaco y Rubio estaban siempre juntos, no podían pasar el uno sin el otro. A donde iba Flaco, iba Rubio y a donde iba Rubio, iba Flaco. Los dos amigos iban acompañados casi a todas horas de una cabra malagueña a la que llamaban Paula. Paula llevaba un pequeño cascabel en la oreja y un lazo de color rosa en el cuello. Era la mascota de Flaco, un amante de los animales, que además de criar pájaros, solía recoger perros y gatos moribundos para cuidarlos.
Los dos amigos y la cabra normalmente se veían en la plaza del pueblo y desde allí hacían planes para ir a algún sitio de excursión o se quedaban simplemente conversando sobre lo divino y humano o contemplando el paisaje que se mostraba ante sus ojos.
Rubio era el intelectual del grupo y siempre llevaba en su mochila una libreta grande y un bolígrafo, amén de todo tipo de chucherías y frutos secos de los que daban cuenta cuando estaban juntos. Él decía que era escritor, de profesión escritor, y Flaco se encargaba de proclamarlo a los cuatro vientos cada vez que tenía ocasión. Para más seña, Rubio era poeta y escribía poemas de todo tipo, aunque se prodigaba mucho en temas de la naturaleza y tenía un don especial para captar la belleza de las cosas; incluso de aquellas cosas que nadie veía bellas, Rubio era capaz de escribir bonitas palabras sobre ellas. A Flaco le encantaba escuchar a Rubio recitar sus poemas y los poemas de otros autores porque decía que Rubio recitaba muy bien, incluso decía que a su mascota Paula le encantaba escucharlos; esto último es difícil de demostrar, pero la verdad sea dicha, la cabra se quedaba paralizada y parecía atender cuando Rubio declamaba sus poemas.
Por aquel tiempo, Flaco estaba realizando un curso de catador de aceite de oliva. Según parece, el muchacho era bueno para distinguir los distintos tipos de aceite, pero le faltaba constancia y creía que con el curso podría conseguir el diploma de catador y realizar algunos trabajos esporádicos. Rubio creía que Flaco no tenía disciplina para realizar ese tipo de trabajo y además no sabía conducir para poder trasladarse a los lugares de las catas, pero el curso le proporcionaba algo de dinero para ir tirando como desempleado. Rubio no tenía trabajo conocido, sus ingresos provenían de sus padres. Yo conocí a sus padres. La madre de Rubio trabajaba por temporadas en una cooperativa de aceite y el padre era compañero mío en una fábrica de aceitunas de mesa. El padre de Rubio quería que buscara un trabajo acorde con sus estudios, había terminado el bachillerato y un módulo profesional de técnico en aceites de oliva y vinos, un título oficial que le permitiría trabajar en alguna empresa de la comarca, donde no faltaban ni olivos ni viñas, son la riqueza natural de esta zona, pero a Rubio, igual que a Flaco, le gustaba más la vida bohemia y disfrutaba mucho de la ociosidad y la vida contemplativa. Alguna vez probaron los dos amigos de temporeros en la aceituna, pero nunca estuvieron mucho tiempo porque descansaban más que trabajaban y, además, parece ser que en los descansos se dedicaban escribir poemas y a compadecerse de los pobres olivos cuando eran apaleados pues, a fin de cuentas, dicen que decían ellos, eran seres vivos y no hacían daño a nadie. Eso creaba mal ambiente en el lugar de trabajo y acababan despidiéndolos.
Una de sus excursiones favoritas de los dos amigos era caminar hasta el olivo milenario, un olivo que había sobrevivido al paso del tiempo y lo habían conservado como un ejemplo de resistencia. Está cerca del río, en una loma donde puede verse solitario y majestuoso. A Flaco y Rubio debemos el nombre actual de ese olivo, se les ocurrió en una de sus excursiones para visitarlo. Siempre le habíamos llamado en el pueblo el olivo milenario, pero ellos le cambiaron el nombre. Me acuerdo de los dos siempre que voy allí. En el bar del pueblo hay enmarcada una hoja que ellos escribieron hablando del olivo milenario
.
II
Estábamos sentados en nuestro banco favorito del parque viendo caer el agua de la fuente y bostezando de aburrimiento. Era una mañana primaveral espléndida. Flaco estaba un poco inquieto porque llevábamos un buen rato sin hacer nada y quería moverse.
–Podíamos ir hoy hasta el Olivo Milenario, Rubio. Hace tiempo que no vamos.
–Es verdad, Flaco, es un árbol muy bello y el lugar es placentero y tranquilo. No solo hay olivos, sino que está el río y los árboles de alrededor. Además, no necesitamos comida porque no está demasiado lejos. Vamos, levanta. Emprendamos la marcha.
–Vamos, Paula, síguenos, vamos de excursión al Olivo Milenario, allí podrás ramonear a tus anchas, hay muchos olivos alrededor.
Y de esa forma improvisada, atravesamos varias calles y cogimos la senda conocida como el camino del río, una zona agreste que separa las últimas casas del pueblo de la zona de cultivos de secano y de huertas. Paula nos seguía a cierta distancia pues de vez en cuando se paraba a mordisquear algunas hojas de los arbustos del camino.
–¿Eres feliz, Rubio?
–No sé, Flaco, si te refieres a este momento, sí lo soy, voy con mi mejor amigo y su mascota a visitar al olivo milenario, el día es espléndido, el sol me recuerda a un melocotón gigantesco que ilumina cuanto vemos y nos ilumina a nosotros mismos.
–¡Qué bonito, Rubio, un melocotón gigantesco, tienes que escribir algo sobre el olivo milenario, un poema estaría bien, habrá que ponerle un nombre, ¿qué nombre le pondrías?
–Ahora no se me ocurre nada, pero ya se nos ocurrirá algo, quizás escriba una crónica y la cuelgue en el tablón de la biblioteca. Todo el mundo en el pueblo habla del Olivo Milenario, pero sabemos poco de él. Ahora que lo pienso, un buen nombre podría ser “el Superviviente” estaría bien, ha sobrevivido, es un luchador, los otros olivos viejos que estaban alrededor suyo fueron arrancados y sustituidos por nuevos o por limoneros y naranjos. Él sigue allí y seguramente seguirá por varios siglos. Cuando lo plantaron , o cuando nació ahí espontáneamente, seguramente no habría casi nada alrededor, el pueblo no existiría tampoco. Podemos decir que el más antiguo de todo cuanto le rodea, excepto el río, el rio seguramente es tan viejo o más viejo que él.
–Es verdad, Rubio, es un buen nombre, cuantas cosas habrá visto ese olivo y cuánto aceite habrán dado sus ramas retorcidas. Vamos a hacerle una foto y la vamos a pegar en tu crónica.
–Este camino me encanta, Flaco, ya se percibe el olor del agua y la música de las hojas de los álamos, y mira cuantas mariposas salen a nuestro paso.
–Me encantan las mariposas hoy hay muchas mariposas, esa amarilla con puntos negros es la que más me gusta. Hoy hay muchas revoloteando por aquí, Rubio.
–A mí la que más me gusta, Flaco, es la mariposa monarca, hoy no he visto ningunas todavía, es como una vidriera voladora…
–¡Qué bonito! ¡Una vidriera voladora, Rubio, ¡qué cosas más bonitas se te ocurren!, y ¿qué sería la mariposa amarilla que me gusta tanto?, ¿qué podría ser?
–Así sin pensarlo, no sé, podría ser una cometa con cuatro puntos negros que serían los ojos, una cometa plegable, eso es lo que se me ocurre
–¡Una cometa plegable! Qué bonito, Rubio, una cometa plegable
–Tú vas a repetir varias veces lo que yo diga
–Es que me gusta mucho lo que estás diciendo hoy, hoy se te están ocurriendo muchas cosas. Estas bastante in…, no me sale, la palabra, Rubio
–Inspirado, creo
–Eso, inspirado, vidrieras voladoras, cometas plegables
–No vayas a decir que bonito que me voy a enfadar,
–No, voy a decir “maravilloso” “maravilloso” ¡Qué amigo más maravilloso! Hoy está inspirado, es una suerte tener un amigo así.
–No digas cursiladas, Flaco, no sabía que te gustaban tanto las mariposas, creía que lo tuyo eran los pájaros, tienes muchos pájaros en casa.
–Sí, tengo canarios y jilgueros y también una cotorra que sabe decir mi nombre. Mira Rubio, allí lo tenemos, ¡Qué maravilla! ¡el Superviviente! Nos está mirando, nos ha visto, mira como mueve las ramas. Yo creo que ese olivo es un árbol mágico, solo algo mágico puede sobrevivir tanto tiempo.
–Sí, yo también lo creo, crucemos el puente y subamos a abrazarlo; mueve las ramas, es cierto, nos saluda, saludemos con la mano al Superviviente.
–Antes, Rubio, vamos a mojarnos las manos y vamos a dejar que Paula beba un poco de agua, está sedienta de la caminata.
–Ya hemos llegado, Rubio, vamos a abrazar al Superviviente
–Si, allá voy, le daré un fuerte y largo abrazo
–Rubio, ¿cuál será el olivo más viejo del mundo?, ¿podrá ser este?
–No sé bien como se mide la edad de los olivos y de los demás árboles, pero seguramente, como tantas otras cosas, cada cual arrimará el ascua su sardina y dirá que él suyo es el más antiguo. Una vez dijeron en el instituto, en un trabajo que hicimos sobre los olivos, que en Grecia había un olivo de cuatro mil años, pero vete tú a saber, no sé cómo se puede saber una cifra tan exacta. Aquí en España se dice que hay uno en el Levante que es el más antiguo.
–Se dice, se dice, pues nosotros vamos a decir que este es el más antiguo, Rubio, y ya está.
–Si decimos que es el más antiguo del mundo esto se llenará de gente que querrá verlo y llevarse una ramita de recuerdo y se harán miles de fotos rodeando al Superviviente, y esto dejará de ser un lugar apacible y bello y el Superviviente acabará de los nervios y envejecerá muy rápido. Y perderá su magia. Se pondrá triste y enfermará.
–Tienes razón, Rubio, seguro que el Superviviente no será feliz con tanta gente alborotando por aquí, es un olivo muy sensible, está acostumbrado solo al ruido del viento, del agua del río, de la música que crean las ramas de los otros árboles que hay alrededor.
–Así estamos bien, Flaco, mejor que sea uno de los más antiguos, fíjate las ramas, fíjate en el tronco, cuando pones la mano sobre él sientes algo, cierra los ojos, coloca las manos sobre el tronco, pon después el oído y escucha.
–¿Crees qué nos dirá algo al oído?, Rubio,
–No se pierde nada por probarlo, creo que lo mejor es hacerle mentalmente preguntas concretas, Flaco
–Eso voy a hacer.
–¿Qué le has preguntado, Rubio?
–Le he preguntado por su origen, pero no lo recuerda, su memoria no llega tan lejos, eso ha dicho. Y tú, ¿qué le has preguntado, Flaco?
–Le he preguntado si se siente solo y viejo entre árboles jovencísimos que producen mucho. Me ha contestado que no se siente solo, está cerca del río, algunas de sus raíces llegan al agua, los otros árboles le animan a seguir adelante. Su cosecha es escasa, pero ya nadie piensa en él como productor sino como ejemplo y eso es un alivio en los tiempos que corren. ¿Le hacemos más preguntas, Rubio?
–No, Flaco, debemos dejarlo descansar, otro día le preguntaremos más cosas. Vamos a comernos las chucherías y emprendamos el camino de regreso.
–¿Cuándo vas a escribir el poema? Estoy deseando leerlo.
–Estoy pensando escribir una crónica. Creo que será mejor una crónica, haremos fotocopias y las repartiremos. La gente del pueblo quiere mucho a este olivo.
III
El Superviviente
Soy un olivo, algo que por estas latitudes conocen hasta los bebés recién nacidos. Tengo muchos años, aunque mi edad exacta la desconozco. Algunos han venido por aquí a medirme, a estudiar las curvas de mis ramas, los surcos infinitos de mi tronco, a pesar mi cosecha, a valorar las propiedades de mis escasas aceitunas y comprobar hasta donde llegan mis raíces más largas; lo que sé es por lo que he oído de esos estudiosos y, a decir de ellos, puede que me plantaran los Fenicios, un pueblo Mediterráneo de mercaderes que se establecieron por toda la costa española. Los últimos investigadores hablaron de un acebuche bastante anterior a los Fenicios que ya explotaban los hombres de las cavernas. Eso es lo de menos. Tengo el honor de la supervivencia y el orgullo de pertenecer a una especie de la que ha surgido el líquido más valioso aparte del agua. De hecho, algunos le llaman oro líquido. De su cultivo han vivido muchas generaciones y seguirán viviendo muchas más a través de los siglos. Podemos considerarnos una especie indestructible porque somos duros como rocas y nos adaptamos bien a las inclemencias del tiempo. Me agrada que vengan desde el pueblo a visitarme y a contemplar mi figura ancestral deforme y retorcida. Unos de los últimos visitantes han sido dos muchachos que me han abrazado y me han hecho preguntas sobre mi vida; venían acompañados de una cabra muy bella que ha intentado sin éxito alcanzar algunas de mis ramas para zampárselas. Cada vez que vienen paso un buen rato con ellos, me divierten mucho. Su espontaneidad y su frescura me hacen feliz. Han tenido buen tino, me llaman el Superviviente. Y eso es lo que soy, un viejo olivo que ha sobrevivido al paso de los siglos, pero que todavía se ilusiona con los pájaros que se posan en mis ramas y con la llegada de la floración. El Superviviente, el más viejo de la zona. Desde esta colina diviso los olivares y algunas huertas, tengo el río a mi lado y otros árboles que viven junto a él. ¡Qué más puedo pedir! Quiero sobrevivir y al mismo tiempo quiero morirme aquí. Espero que no se le ocurra a nadie sacarme de este sitio para exponerme en un lugar extraño.