
135. Bizcochos y hojuelas
Fue incapaz de dormir. Tantas normas, códigos y leyes le impidieron concebir el sueño. Con ojeras y nerviosismo, se puso por primera vez el uniforme, se hizo una coleta, tocó con cuidado la porra y se ajustó el pesado cinturón con manos temblorosas. Trató de respirar profundo, pero no encontró aire en el fondo de sus pulmones. El día transcurría con calma, sin sobresaltos, hasta que la vio. Encogida, con ojos de miedo, moviendo la cabeza de un lado a otro, irradiaba angustia en cada gesto. Fue directa a la estantería. Disimuló mirando los precios esperando quedarse sola en el pasillo y rápidamente escondió dos en su raído abrigo.
La siguió con rapidez hasta una zona sin clientes. Nada más interceptarla, esta rompió a llorar mientras mostraba las botellas de aceite bajo la gruesa tela gris. En lugar de agarrar la radio para avisar a central, metió la mano en su bolsillo y de su cartera sacó 20 euros. Era el mismo aceite que utilizaba su abuela en Jaén para hacer bizcochos y hojuelas. Miró hacia el techo del supermercado en busca del cielo y sonrió al rememorar el sabor y hasta el olor de su infancia.