
130. El dulce aroma de su tersa piel
Al abalanzarse sobre el pecho de la hermosa mujer, el dulce aroma que desprendía detuvo sus colmillos. Abandonada la intención de hacer presa, los afilados dientes acariciaron la tersa piel, viva y suave tras ser exfoliada con huesos de aceituna. Se deslizó lentamente hacia su cuello y lo rodeó con ternura. Descendió disfrutando del roce de la carne, impregnándose del oleoso ungüento que la epidermis aún no había absorbido, y descansó arremolinado sobre su regazo. Durante un instante, viajó de nuevo al delta del Nilo, allí donde, a la sombra de las hojas lanceoladas, se arrastraba plácidamente sobre tierra fértil bañada por el elixir de olivas que maduraron demasiado rápido; antes del encantamiento, antes de la captura y el encierro. La evocación fue casi imperceptible, apenas el destello de un recuerdo, tan plácida como efímera. El hechizo se rompió cuando ella lo postró en el suelo. Temiendo que su naturaleza se impusiera, el áspid huyó rápidamente del palacio, sin saber que la humanidad lo nombraría verdugo de la última reina de Egipto.