127. El príncipe y el olivo

Chiyo

 

Éste era un rey que tenía tres hijos que siempre se habían destacado por su inteligencia y disciplina, los amaba tanto que a los tres los educó sin distinción alguna. Sin embargo, había algo que lo tenía angustiado: la sucesión del trono, porque a pesar de que la tradición sugería que debía ser el primogénito, no quería ser injusto con ninguno. Por eso estaba preocupado, porque se sentía agotado para seguir al frente del trono real y necesitaba saber quién de los tres merecía sucederlo, puesto que, a pesar de todo, sospechaba que como padre pudiera ser que no lograra identificar los defectos que existieran en sus tres hijos.

Por otro lado, la reina, su esposa, siempre se mantuvo al margen de la educación de sus hijos. Y las decisiones importantes sobre sus hijos, siempre las tomó con la ayuda del Concejo de Real de la monarquía, que no es nada más y nada menos que los doce ancianos más longevos, y que habían tenido una trayectoria al servicio del reino. Los reunió y planteó lo siguiente:

– Estoy muy preocupado, porque no sé a quién designar de mis hijos como sucesor del trono. –Dijo el rey, acariciando su barba–. Por eso os he reunido, para que me aconsejasen y juntos tomar la mejor decisión.

– Su majestad, lo que se puede hacer es someterlos a pruebas de cacería, tiro al arco, manejo de la espada o alguna otra prueba donde expongan su adiestramiento. –Le respondió uno de los ancianos–. ¡Que sean tres años de prueba extrema!

– ¡Pero los tres son muy diestros!, se me ocurre algo más especial. ¡Tal vez una prueba de supervivencia, donde al final, los tres tengan que presentar una propuesta para la perpetuidad de nuestra riqueza y dominio hacia los otros reinos! –Respondió otro anciano–. Quien traiga la mejor propuesta, comprobará que es el mejor de los tres, solamente así, sabremos quién será el merecedor del trono. Y para eso, necesitamos que cada quien busque su propio destino durante los tres años.

– Me parece interesante la propuesta, pero ¿¡cómo podrán sobrevivir ante tan arriesgada travesía!? –Dijo preocupado el rey–. Porque tendrían que valerse por sí mismos, y eso es muy arriesgado y complicado.

– ¡Vuestra majestad, recordaros que están entrenados para cazar, y éste es una prueba de supervivencia, de toma de decisiones asertivas para emprender y perpetuar la empresa del reino!  ¡Si regresan antes del tiempo establecido, habrán exhibido su incapacidad! –Dijo el primer anciano–. Y con eso, habrán demostrado su torpeza y falta de entrega a los intereses del reino.

– Muy bien, pues se los comunicaremos a vuestros príncipes y que ellos decidan si están decididos a pasar por esa prueba. –Remató con decisión el monarca–.

Entonces, el soberano mandó a uno de sus consejeros para que solicitase la presencia de los tres ante el Concejo Real. Una vez que los tres estuvieron presentes, llenos de intriga se miraban entre ellos. Es la primera vez que el rey los mandaba a llamar frente a los consejeros del reino.

– Miguel, Carlos y Oliverio, hijos míos, os he mandaros a llamar, para informarles que, como hijos dignos de mí, tendrán que someterse a una prueba de preparación para la sustitución de mi reinado. Esta prueba consistirá en que cada uno de ustedes, tendrá que recorrer los bosques, las costas, los ríos y las montañas para profundizar sus conocimientos y tendrán que traer una propuesta para la perpetuidad de la riqueza del reino y, además, tendrán que demostrar que esa propuesta sea a beneficio de todos nuestros vasallos. Por lo que les pido que se valgan de todo sus conocimientos adquiridos y capacidades desarrollados en los entrenamientos al que se han sometido. Tomen sus caballos, arcos y todo lo que consideren necesario para sobrevivir por tres años, quien regrese antes, habrá perdido la prueba –Sentenció el rey–. Los quiero de regreso dentro de tres años. ¡Dejen en alto el nombre de este reino!

Los tres se mostraron perturbados al principio, no esperaban tal determinación.

– Está bien padre. –Dijeron los tres al unísono–. Haremos que se sienta orgulloso de nosotros.

Los tres, enseguida hicieron sus provisiones, tomaron sus arcos, flechas y caballos, para después se internasen dentro del bosque a todo galope. Ninguno de ellos tenía idea de lo que realmente harían para pasar la prueba. A una distancia considerable del palacio real, el mayor se detiene y se dirige a sus dos hermanos quienes hicieron lo mismo:

– ¡Hermanos míos, aquí nos separamos los tres! ¡Les deseo el mejor de los éxitos, nos vemos dentro de tres años en este mismo lugar! –Dijo con bravura– Entraremos juntos al palacio de nuestro padre para entonces.

Cada uno tomó un camino diferente. Se fueron con sus caballos y sus provisiones. Miguel, el mayor de los tres, tenía el propósito de encontrar una mina de oro o de diamantes, por eso cuando veía algún río, practicaba el oficio de minero. No obstante, no tenía éxito. Se metía en las cuevas para ver si podía descubrir alguna beta y nada. Llegó hasta la costa y no halló gran cosa, más que unas diminutas pepitas de oro, entre otros metales que no tenían mucho valor. Se topó con algunos aldeanos que vivían dentro del territorio del reino.

– ¿Qué hace su majestad por estos lares? –Le preguntaban–. ¿Podemos ayudarlo en algo?

– ¡Nada que les incumba! –Respondía con arrogancia–. ¡Sólo recorro los reinos de mi padre! ¡No necesito ayuda!

Los días pasaban y él seguía explorando. No perdía de vista su meta. Mientras que Carlos, el segundo de los hermanos, se dedicó a buscar algún tesoro escondido siguiendo su instinto de explorador. Donde veía algún rasgo de la naturaleza alterado, se ponía a explorar meticulosamente, cavando donde hallaba alteradas las piedras.  Cuando se topaba con algunas referencias que suelen colocar los cazadores del reino, exploraba minuciosamente al entorno. A veces, los aldeanos lo cuestionaban:

– ¿Qué hace nuestra majestad por estos campos? ¿A qué se debe el honor de su presencia?

– ¡Ando buscando un tesoro! ¡Un tesoro jamás visto en el reino!

– Pues los invasores que sabemos que han venido a esconder tesoros aquí, lo han hecho dentro de las cuevas. ¡Pero no tenemos evidencia de esos tesoros!

Motivado por esa información, visitó todas las cuevas que encontró a su paso. Encontró algunos tesoros de menor tamaño, pero sin importancia.

Mientras el menor, Oliverio desde el primer momento que se topó con los aldeanos, buscó a los más ancianos para pedirles un consejo. La mayoría de los viejos que consultó, le dijo que una de las riquezas inagotables, son los bosques, los árboles y los animales. Uno de los más experimentados le comentó:

– ¡Mira mi príncipe, nosotros para sobrevivir en este reino y dar nuestro tributo en tiempo y forma al rey, hemos cultivado y plantado árboles, pero hay uno muy especial para nosotros y te lo vamos a entregar como nuestro más valioso tesoro!, ¡Ese árbol no lo compartimos con ninguna otra aldea! Sus frutas son únicas, además la utilizamos para algunos remedios de malestares.

– ¡Pues estaré muy agradecido con ustedes si me revelan las bondades de ese árbol y de sus frutos! –Dijo emocionado el príncipe–.

Le enseñaron un árbol que él no conocía, era un árbol frondoso con frutas de color verde brilloso, teniendo un aspecto exquisito.

– ¿Y cómo se llama ese árbol? – Preguntó el príncipe–.

– Pues nosotros sólo le llamamos “de aceite”, porque de sus frutos extraemos aceite.

– ¡Muy interesante! –Comentó el príncipe–. ¡Quiero conocerlo!

Le explicaron por los aldeanos, todas las utilidades que tenía aquel árbol, su cultivo y cosecha, así como su cuidado para prevenirle las plagas. Al cabo de tres años, aprendió mucho sobre aquel árbol de aceite. Finalmente, llegado el día, tuvo que tomar camino rumbo al castillo. Se tendría que reunir con sus hermanos en el mismo lugar donde se separaron.

Después de haber cabalgado un buen rato, llegó al lugar acordado entre los tres hermanos. Instantes más tarde, se asomaron los otros dos príncipes en direcciones diferentes. Miguel el mayor, tenía encima de su caballo media bolsa de pepitas de oro (equivalente a un kilo), se acercó a él con aires de triunfador, más al percatarse que Oliverio sólo tenía en la mano una planta de un árbol y una bolsita de frutas que parecen pequeñas uvas verdes. Así mismo, se acercó Carlos, el segundo de los hermanos, él llevaba bolsa y media de alhajas y piedras preciosas, mostró su arrogancia ante los dos, más al notar que tenía mejor posesión que ellos. No obstante, los dos empezaron a burlarse de Oliverio, puesto que sólo tenía una planta desconocida y unos puñados de frutas en su bolsa. En eso, algo les llamó la atención: dentro de su bolsa, había una botella de un líquido verde obscuro, casi dorado, que ellos no conocían. Sin embargo, aun así, se sentían triunfadores al lado de su hermano menor. Los tres se dirigieron hacia el palacio real, cabalgando con sus respectivos caballos.

Mientras tanto en el reino, era un gran día para el rey, quien organizó una fiesta para recibir a sus tres hijos y reunió a los ancianos consejeros, para que le ayudasen a determinar quién iba ser el triunfador de la prueba que propusieron. Todos los habitantes del reino estaban felices, porque era de fiesta y algarabía, además, sabrían quién sería su nuevo rey. Mientras tanto, el rey se dirigió a los ancianos del Concejo Real

–¡Hoy, les invité a esta magna fiesta, porque mis hijos se integrarán otra vez con nosotros, y sabremos, con base a la propuesta de ustedes como consejeros del reino, y por lo mismo, ustedes determinarán quién será el nuevo rey que gobierne este reino! Así que preparaos para escucharos con mucha atención, para que finalmente, me den su veredicto.

Así pues, cuando los tres habían llegado. Pasó el hermano mayor frente a los ancianos consejeros, llevando consigo la media bolsa de pepitas de oro, seguro que la empresa del reino iba a ser suya.

– ¡Señores consejeros, aquí les traigo estas pepitas de oro! ¡Estoy seguro que en las montañas hay más, es cuestión de buscar y persistir para descubrir la beta y tendremos grandes yacimientos que nos harán inmensamente ricos, hay muchos ríos que contienen oro, eso significa que hay mucho oro en nuestro reino! Sólo tenemos que contratar mineros y los extraigan, además será necesario seguir explorando las cuevas, ¡para que encontremos mucho más! –Dijo emocionado–. Con eso seremos inmensamente ricos.

Los ancianos del concejo, se miraron entre ellos, y el más experimentado le dijo:

–Ya puedes retirarte. Tendremos que escuchar a los otros dos, para después dar a conocer nuestro veredicto.

Miguel se fue a sentarse en el fondo de la sala de juntas del castillo y en seguida llamaron a Carlos, para que diera a conocer su propuesta.

– ¡Señores! –dijo con júbilo y energía– En este día tan glorioso, vengo a desenterrar ante ustedes algunos secretos de nuestro reino. Les estoy hablando de esto. –Llamó a dos de sus sirvientes jalando a su caballo– ¡Miren nada más esta belleza! ¡Oro señores, convertidos en alhajas! ¡Estoy seguro que hay mucho más en el reino! Los aldeanos, me dijeron que tienen novedades sobre piratas y otros extraños que se han metido a esconder sus tesoros en nuestro reino. ¡Es cuestión de seguir explorando para encontrar mucho más!

Abrió el baúl que contenía como kilo y medio entre alhajas de oro y piedras preciosas. Los ancianos quedaron un poco sorprendidos ante la carga del caballo, pues a su juicio, no había necesidad de meter al caballo con esa cantidad de oro. Acto seguido, el mismo que despidió a Miguel, se dirigió a Carlos:

– Ya puedes retirarte príncipe, al rato te llamamos. Tenemos que escuchar al más pequeño de ustedes.

Entonces llamaron a Oliverio quien se condujo hacia los ancianos con una planta y un puñado de frutas que brillaban como si tuviera manteca o aceite, y dentro de su morral la botella con el líquido color verde obscuro.

– Miren señores, yo no traigo oro ni tesoros. En mi exploración y profundización de mis conocimientos, he descubierto que los mejores tesoros que podamos poseer son los bosques, los árboles y los animales. Yo me encontré con esta planta que cuida muy bien de la salud de los aldeanos que están dentro del reino. En estos tres años, me enseñaron a cultivarla, además de conocer los beneficios que trae consigo la planta y sus frutas. Los que la consumen, tienen larga vida y envejecen lentamente. Hay aldeanos más longevos que mi padre y que ustedes, y pareciera que no tuviesen la edad que dicen tener. Además, esta planta nos proporciona aceite que también trae beneficios para la salud y que tiene un sabor más exquisito que la grasa animal. – Dijo con voz firme, mostrando la botella que estaba dentro de su morral–. Si nosotros basamos nuestra riqueza en la salud de los soldados y del resto de nuestros vasallos, debemos concluir que la salud es la mejor de las riquezas que podamos disfrutar en nuestras vidas y compartir con nuestros seres queridos, así mismo, heredarlo a nuestros descendientes. Además, esos conocimientos invaluables, los podemos vender en los otros reinos. Eso dará cauce a la perpetuidad de nuestra riqueza y de nuestra salud.

Algunos de los ancianos empezaron a murmurar entre ellos, mientras que Oliverio seguía con su discurso para tratar de convencerlos. Finalmente, el más viejo de ellos se levantó y le preguntó:

– ¿Y cómo se llama esa planta milagrosa mi príncipe?

Oliverio, sin dudarlo un momento, se dirigió al resto de los ancianos y dijo con voz firme:

– ¡Olivera señores! ¡Porque los aldeanos me la regalaron al igual que sus conocimientos y me dieron licencia para ponerle nombre! ¡Entonces yo he determinado que se llame Olivera!

Los ancianos quedaron estupefactos con la audacia del muchacho. El más experimentado, se le acercó y le dijo:

– ¡Gracias por tu presentación mi príncipe! Déjanos un rato, porque vamos a deliberar.

Oliverio se fue a sentarse junto a sus hermanos y ellos lo miraban divertidos, seguros de que el futuro del reino, no sería de Oliverio.

Entonces, una vez que quedaron solos los ancianos, empezaron a deliberar. Uno de ellos decía:

– Yo pienso que quien trajo mejor propuesta, es Carlos, porque las alhajas y piedras preciosas, tienen más valor que las pepitas de oro y que la simple planta que trajo Oliverio.

– Pues yo, pienso que es Miguel, porque si bien es cierto que tiene más valor la propuesta de Carlos, no tiene ningún futuro. Las alhajas son productos terminados y una vez que se vendan, no habrá forma de perpetuarlas. En cambio, las pepitas de oro, puede haber más como él dijo.              –Observó otro de los ancianos–.

– No olviden mis queridos homólogos, que Oliverio hizo una aportación muy importante y que no debemos de omitirlo: La salud, es lo que hace que un pueblo tenga prosperidad, que tenga ímpetu para luchar, trabajar y generar riqueza. Además, si se trata de perpetuidad, las plantas son las únicas que nos están ofreciendo esa garantía. El oro de Miguel, no representa una empresa segura, no nos trajo una beta, nada garantiza su éxito. Considero que la propuesta de Oliverio, es la más acertada. Las plantas, sí pueden perpetuarse.

Uno de los ancianos que estaba escuchando el debate con atención, se pronunció:

– Miren colegas, yo estuve en el servicio militar de la Guardia Real durante treinta años, y en mi paso cerca de la costa cuando estuve herido, descubrí ese árbol maravilloso. A mí me consta que sí es muy benevolente con la salud. Y si Oliverio ha investigado más a fondo y dice que puede ser reproducido y cultivado, es porque él estuvo con los aldeanos ancianos durante estos tres años. Sugiero que se haga consenso para determinar al ganador. – Propuso el anciano–.

El rey, quien escuchaba con atención todos los argumentos de los consejeros dijo:

–Pues bien, mis apreciables consejeros. Vayamos al consenso a mano alzada, para que determinemos al triunfador. Uno, dos, tres, alcen la mano los que estén a favor de Miguel.                –Ordenó el soberano–. ¡Veo que seis, estáis a favor de Miguel! Los que estén a favor de Carlos, alzaos la mano. –Indicó el monarca–. ¡Nadie está a favor de la propuesta de Carlos!  Los que estén a favor de Oliverio, alzaos la mano. –volvió a indicar–. Seis… ¡señores, hay un empate!

El rey estaba más agobiado ahora que antes, empezó a pasearse frente a los ancianos con las manos dobladas hacia atrás sosteniendo ambas muñecas del brazo. Estaba pensando, el silencio reinaba en la sala de juntas del palacio. Pasó un buen rato pensando, los ancianos sabían que él tenía que tomar la decisión de declarar al triunfador.

–Estimados concejeros, ya tenemos triunfador y es…

Los ancianos se quedaron sorprendidos, sabían que el ganador iba a estar entre Miguel y Oliverio.

– ¡Oliverio será el nuevo soberano! –Gritó el rey emocionado–. ¡Arriba el rey Oliverio!

Los ancianos aplaudieron contentos por la elección del rey, el más viejo se dirigió hacia los tres que estaba en el fondo de la sala y les dijo que se acerquen para la ceremonia de coronación.

– Amados hijos, hoy me es grato presentarles al nuevo rey, quien dirigirá el trono hasta una nueva sucesión y él es: ¡Oliverio!

Los tres se sorprendieron, más Miguel y Carlos, porque pensaban que la simple planta de Oliverio no representaba fortuna alguna. Pero con mucha diplomacia lo felicitaron y finalmente el papá se posó en el balcón para decir:

–¡Pueblo mío, les presento al nuevo rey:  Oliverio!

La gente ovacionó y finalmente festejó al nuevo rey. A partir de entonces, el pueblo entero del reino, empezó a trabajar el olivo y a producir el aceite. Además de gozar de todos los beneficios que generosamente dicho árbol otorgaba, perpetuando así, la fortuna y riqueza del reino.