121. Madre
Retuerzo un terrón y se deshace en el suelo seco. Hace calor, aun a la sombra del olivo, que es viejo, centenario, de cuatro patas, de los que quedan pocos, casi tan escasos como los que los trabajasteis a mano. Todavía me cuesta respirar cuando me acerco. No es la caminata ni el sol, sino la extraña sensación de hallarme donde un día nací hace seis décadas.
Me sobrecoge imaginar tu esfuerzo de madre, que con nueve meses acudías al tajo cada día hasta que rompí aguas. Siempre me inculcaste el amor por el campo, por el fruto de la tierra, por un trabajo que, sin embargo, no quisiste para mí.
Hoy en día las cosas son muy distintas. La maquinaria, las infraestructuras y los riegos han cambiado el campo y su paisaje. Echo de menos olivares como este, pero miro con confianza y esperanza los nuevos plantones. Tu esfuerzo y determinación me permitieron estudiar y trabajar el campo como ingeniero agrícola, gracias a lo que esta finca pertenece ya a la familia.
Pero hoy he venido a contarte con orgullo que mi hija, tu nieta, se ha convertido en gerente de una cooperativa olivarera. Gracias, madre, por tanto.