113. Disculpen mi ausencia
El arranque de los primeros compases por parte de la nutrida orquesta del conocido pasodoble dieron por inaugurados los inesperados festejos. Iban a durar exactamente tres días y sus correspondientes noches. Estaba todo dispuesto para que en la gran juerga no faltara absolutamente de nada, jamón del bueno recién cortado en rebanadas de pan untadas con exquisito aceite verde oscuro o dorado, dependiendo de la variedad de la aceituna, carne auténtica de buey, corderos, cabritos, cochinillos, marisco, pescadito del bueno, embutidos pata negra y vinos de todas las de origen, y aperitivos más bebidas premium hasta no acabarlas. Y todo lo que se le pase a uno por la cabeza, lo hubo en su fiesta de despedida. Elegantemente servido por inmaculados camareros y expertos cortadores de jamón. Todo por cuenta del finado; lo había dispuesto ante notario con la frase inmortal: aquí «está todo pagao» y así había concluido su peculiar existencia sin su asistencia, en este valle de lágrimas. Era su excepcional legado, para que nadie lo olvidara, y doy fe que se estuvo hablando de él hasta hoy mismo. Eso sí, un detalle significativo, la cuenta corriente de su viuda en el banco, había pasado a saldo cero.