105. Sueño líquido

Perceval

 

Nacho sonrió complacido, apreció matices intensos de manzana y almendra, retuvo el aceite unos instantes en la boca, se lo llevó a los labios con anticipado placer, se embriagó de sutiles perfumes, alzó la miga brillante de líquido untuoso, aprobó el color verde lima, deseó el color verde oliva, dejó caer un hilo generoso, pellizcó la hogaza, destapó sin ceremonia la primera botella, supervisó el envasado, controló el filtrado, se recreó en el prodigio de equilibrio y armonía de aromas, trasegó con paciencia de alquimista, visitó a diario los silos, escogió el sistema de presión por rodillos, separó el aceite del agua, y de la pulpa y el hueso, rompió la emulsión, participó en la molienda y reconoció la calidad de la pasta, se decidió por el ordeño tradicional en canastas, desechó el fruto arrugado, picado de mosca y golpeado, cortó las ramas sobrantes, combatió la cochinilla y la polilla del olivo, observó el olivar con una ilusión infantil instalada en el corazón, se convenció de la elegante expresión frutal de la arbequina y, a orillas del río Zagrilla, a su paso por Carcabuey, soñó con hacer aceite.