
103. Mi primer tostón
Eran los últimos días de diciembre. No pude fijarme en sus alrededores poblados de extensos olivares, y algún alcornoque disperso; toda mi atención estaba dirigida a evitar los incontables baches de la carretera. Iba a conocer a los padres de Rocío.
Intento rememorar, sin conseguirlo, cómo fui recibido. Sin embargo, recuerdo que esa misma noche fuimos a una pequeña almazara situada en medio del pueblo. En una primera sala abierta, tres conos de granito se movían en circulo sobre las aceitunas. ¡Será la primera y última vez que la veas molturar, la jubilan!, dijo Rocío.
Entramos en la bodega. En la pared más alejada de la puerta vi un horno de leña encendido. Sobre una mesa había una frasca de aceite, un hogaza de pan, un tarro con lo que resultó ser azúcar y una cesta con naranjas. Mi futuro suegro sacó una navaja de su bolsillo, cortó una rebanada de pan y la introdujo en el horno insertada por un largo palillo hasta tostarla. La untó con aceite, exprimió media naranja y un poco de azúcar sobre ella. Mi primer tostón.
Me enamoré de mi pueblo, hace cincuenta años.