101. Paseando mis silencios encontré mi olivar
Nunca fui aficionada al dibujo, pero aquel verano inmortalicé el inicio de mi más insólita y preciada relación: un viejo olivo junto a una añosa cabaña.
Una tarde, agotada de pasear mis silencios por un polvoriento camino, cabaña y olivo me encontraron. Tarde tras tarde, sentarme bajo aquel viejo olivo fue lentamente sanando la depresión que llevaba años en mí.
Mis silencios se fueron, y mi voz se unió a la del viejo olivo. Protegida y acunada en su regazo, el viejo olivo se convirtió en mi amado viejo olivo. Mi arraigo emocional me dio la fortaleza para seguir caminando junto a él.
Compré la finca, y aquel otoño recogí sus escasas aceitunas. Eran nada y eran todo. Eran nuestro primer paso juntos.
Arreglé la cabaña.
Llené la finca de jóvenes olivos que acompañarán a mi querido viejo olivo en su vejez. Y, juntos los dos, la convertiremos en un acogedor olivar en el que degustar un exquisito aceite bajo la sombra de un hermoso Picual mientras reposa el alma.
Cuando no estoy con mi viejo olivo, miro mi dibujo y mi corazón susurra: “Siempre en mí, siempre en ti”. Y sonrío.