109. Volviendo a casa
Treinta años habían pasado desde que Manuel tuvo que emigrar a otro país, otra cultura y otras costumbres, en busca de fortuna. Hoy, tres décadas después, regresaba a su pueblo.
Bajó del autobús y no reconoció nada a su alrededor. Edificios nuevos, calles asfaltadas, gente desconocida… ¿Y a él, le reconocería alguien?
Desolado y con poco apetito, se obligó a sentarse en la barra de un bar de la plaza para desayunar.
–¿Qué le sirvo? –preguntó el camarero.
–Café con leche y tostada, por favor.
Con aire triste, observó distraído cómo el camarero tostaba el pan hasta dejarlo crujiente, para después romper ligeramente la miga con un cuchillo y verter sobre él un generoso chorro de aceite de oliva. Manuel contempló los destellos dorados que los tempranos rayos de sol arrancaban del líquido, y su aroma llegó con nitidez a su nariz. Cerró los ojos y notó que la sonrisa regresaba a su rostro.
Por fin, estaba en casa.