52. Me hierve la sangre de ámbar

Hugo Olivares

 

Julio y José, amigos desde hace sesenta años, uno de Quesada y el otro de Arroyo Frío, discutían una tarde cazorleña en las bancas de la Plaza del Santo, en un debate que se renovaba todos los años.

Mientras Julio erguía una botella de aceite de oliva y decía: -¡Menuda pieza de aceite he traído! Lo he elaborado con las aceitunas de la finca de la abuela. ¡Es más sabroso que un buen jamón!

José hacía lo propio, sacando su frasco: -¡Pero mira el mío! Las aceitunas han sido cuidadas con cariño, y el toque final es un secreto que nadie te va a contar.

Julio, cada vez más enfadado, replicaba: -¿Y te he dicho que mi nieto me ha contado que este año viene ese Peso Pluma al festival del pueblo? Hará una versión de Carbonell del olivo.

-¡Bah, pamplinas! Mi nieto me ha contado que ese es más malo que la leche. ¡Qué va! Mi alcalde ha invitado a un conejo que canta, hará un recital.

-No seas gilipollas, que ese tío es Bad Bunny, no vengas con cachondeos. -le respondía José con una risa socarrona.

Y así llevaban esta junta año tras año, mientras miraban el atardecer.