318. Por los siglos de los siglos

Sylvette Cabrera Nieves

 

La noche había sido de parranda larga para Don Quijote y unos nobles que se sumaron en el camino rumbo a la provincia de San Juan. Entonces discutieron la génesis del olivo.

El Marqués de Mantua Verona dijo que desde que la bola del mundo se echó a rodar, el aceite de oliva en la antigüedad se usaba para ungir reyes y atletas. Que la mitología griega asevera que el olivo fue un regalo de la diosa Atenea en el pueblo del Ática.  En tanto Ambrosio de Goloso Valdéz denunció que la cultura egipcia habló de las ramas de olivo como símbolo de purificación y que fueron encontradas en la tumba de Tutankhamón.

Don Quijote dijo: el árbol del olivo es sagrado. ¿Acaso olvidan que la Biblia lo menciona tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento? Además, que fue una rama de olivo la que demostró a Noé que el diluvio había terminado.

Sancho decidió soltar la lengua. Ah, pero ya el Corán menciona el olivo. Pues su lugar de origen es el Medio Oriente desde hace más de 7,000 años. Súbitamente miran a Sancho y al unísono le profieren un sonoro aplauso e inquieren saber:

-¿Qué llevas en las alforjas?

-Tres hogazas de pan, queso, cebolla, una botella de aceite de oliva de Jaén, aceitunas y uvas. ¡Albricias por el pan, el vino y el aceite!

Como todos eran locos sublimes y de cuerdos pensamientos, imaginaron que tenían en las manos una botella de tinto, de la Mancha, y en un abrir y cerrar de ojos brindaron por Cervantes, su amigo de siempre, por los siglos de los siglos. Terminados sus manjares se echaron a descansar. La luna rubescente observaba curiosa mientras las estrellas saltaban de un lado a otro.