30. La oliva descarriada

Zarboris

 

Fue díscola desde que floreció, se mantuvo altiva y desafiante mientras otras iban doblegándose a la fuerza de la naturaleza, alcanzó su madurez antes que el resto y cayó libremente cuando le vino en gana.

Logró escapar de la prensa y el cautiverio a la que estaba predestinada y pensó que había desafiado y vencido a su destino.

Pero quiso su mala fortuna que acabase en las manos de un inquieto y joven infante, que terminó por usarla para su deleite y entretenimiento.

Ahora yace dentro de un tarro junto a otros tantos trofeos infantiles, consumiéndose y marcando arrugas impropias de su altanería;  ella, la oliva díscola y descarriada, la que escapó del árbol para vivir libre, ya solo sirve como adorno olvidado y marchito.

Mientras,  sus hermanas pasaron a una vida mejor, fueron fieles a  la tradición y costumbres que la naturaleza les tenían reservada,  hicieron el largo trayecto desde el olivo hasta la almazara donde se decidiría por ellas si eran prensadas y pasaban a ser integrantes comanditarias de algún excelente aceite, o irían a formar parte fundamental de algún delicioso aperitivo, tersas, enteras, partidas, desprovistas de hueso o incluso rellenas;  en cualquier caso serían admiradas hasta su más que predecible final, todo ello sin ser desafiantes con un destino preconcebido desde antes de su floración y resignándose a ser consumidas, de una u otra forma.

¿Dónde está la libertad?, se pregunta ahora la oliva descarriada.