99. En la tienda

Esther Bengoechea Gutiérrez

 

—Hoy tampoco lo ha comprado. Y no creo que ande mal de pasta, aunque solo llevaba huevos y leche —le dice Juana a su marido, que justo sale del almacén con dos cajas de tomates.

—Mujer, pues será que lo coge en otro sitio o que aún le queda. Tiene que tener dinero, que él tenía muchas propiedades —responde Lucas, mientras coloca el género cerca de la puerta para que se vea.

—¡Que antes se llevaba más de una botella al mes! —exclama Juana— . A no ser que tuviera una amante y le haya dejado a ella la herencia —continúa con excitación y excesivo brillo en los ojos.

—Qué iba a estar con otra, Juani. ¡No inventes! —replica Lucas.

—Que sí, que no nos podemos fiar de vosotros —asevera, ya en bajo, al entrar un nuevo cliente.

Dos edificios más allá, Adela coloca los huevos en el frigorífico con rapidez. Evita estar mucho tiempo en la cocina. Ahí fue donde ocurrió. El ruido seco de la caída, el sonido de los cristales rotos y el fin. Jacinto nunca pudo desayunar la tostada con aceite de oliva que preparaba como cada mañana. Ella ya tampoco. Duele demasiado.