97. Raíces de olivo

Raimon

 

Capítulo 1: Las Raíces de Alma

Bajo el sol incansable de Villarrodrigo, en el corazón de la provincia de Jaén, los olivos se extendían como un vasto manto verde que ondulaba suavemente bajo la brisa del sur. Sus sombras parecían formar líneas interminables que dividían la tierra en un mosaico de verde y marrón, entrelazando los tonos vivos de las hojas y la tierra reseca que crujía bajo los pies.

 

Para Alma, aquel paisaje no era solo su hogar; era su refugio, un lugar de profunda conexión espiritual. Los árboles que veía desde que tenía memoria no eran simples olivos; representaban la historia, las raíces que su abuelo Manuel le había enseñado a venerar desde niña. Su abuelo le había transmitido no solo el amor por la tierra, sino también el sentido de pertenencia que esos campos representaban.

 

A veces, Alma sentía que los olivos la observaban, testigos silenciosos de sus pensamientos más íntimos. Aquella tarde, mientras paseaba entre ellos, recordó las palabras de su abuelo, pronunciadas tantas veces como si fueran una oración: “Los olivos son como nosotros, Alma. Aguantan tormentas, sequías, y siguen buscando la luz.” Esa frase siempre resonaba en su mente cuando sentía que la vida en la finca era un desafío constante.

 

Desde pequeña, había comprendido que el trabajo en el campo no era fácil. A menudo, envidiaba a sus amigos que soñaban con escapar a las grandes ciudades, con ambiciones que iban más allá de los campos de olivos. “¿Por qué no quieres irte?”, le preguntaban, y Alma solo sonreía con nostalgia, sin saber cómo explicar lo que sentía. Para ella, cada rincón de la finca tenía un valor incalculable.

 

A sus 16 años, Alma ya había trazado un plan en su mente. Sabía que quería encontrar una forma de preservar la finca familiar, pero también estaba decidida a transformarla, a unir el pasado y el futuro en un proyecto que conectara a la gente con la naturaleza y las tradiciones. Quería que los visitantes experimentaran lo que ella sentía cada día al caminar entre esos olivos milenarios. A menudo, mientras imaginaba los detalles de su idea, cerraba los ojos y se veía en el viejo cobertizo, restaurado, convertido en una acogedora casita rural.

 

Sin embargo, su familia no compartía su entusiasmo. Los recuerdos de su último intento de convencer a su hermano mayor, Pedro, de que innovaran aún la hacían suspirar. Pedro veía la finca con una mentalidad más tradicional. —Este lugar es hermoso, Alma, pero deberías buscar algo más allá —le decía con cariño, pero también con preocupación por su futuro—. Aquí es solo trabajo duro. Vivir de la tierra no es fácil.

 

Alma lo sabía, pero su corazón estaba tan profundamente arraigado a esos árboles como las raíces de los olivos que tanto amaba. Cada amanecer, los primeros rayos del sol doraban el paisaje, y cada cosecha le recordaba que allí había siglos de historia. “¿Cómo puedo transmitir lo que siento?”, se preguntaba.

 

Fue entonces cuando tuvo una idea, una que solo los olivos conocían al principio: comenzó una cuenta en Instagram llamada Raíces de Olivo. Publicaba fotos de los olivos, capturando cada detalle bajo la luz del atardecer. Pero más allá de las imágenes, compartía pequeñas reflexiones sobre la vida rural, sobre lo que significaba realmente vivir en un lugar tan conectado con la naturaleza. Sabía que su familia no lo entendería de inmediato. Para ellos, las redes sociales eran algo lejano, ajeno a la vida práctica del campo. Aun así, Alma siguió adelante, sintiendo que de alguna manera los olivos la apoyaban en su proyecto secreto.

 

Capítulo 2: El Secreto de Alma

El verano avanzaba, y con él, el número de seguidores en Raíces de Olivo crecía de manera sorprendente. Al principio, Alma no pensó mucho en ello. Pero pronto, personas de todas partes del mundo comenzaron a interactuar con sus publicaciones. Muchos preguntaban sobre el proceso de producción del aceite, otros estaban interesados en saber cómo era la vida en una finca de olivos. Los comentarios llegaban cada día, y con ellos, Alma sentía cómo su sueño se hacía un poco más tangible.

 

Una tarde, después de una agotadora jornada ayudando en la recolección temprana, Alma tomó su teléfono móvil con las manos aún temblorosas por el cansancio. Miró la pantalla, leyendo una y otra vez los mensajes de apoyo. Fue en ese momento cuando decidió dar un paso más allá. “Es ahora o nunca”, pensó.

 

Con el corazón latiendo rápido, escribió una publicación que sentía cambiaría el rumbo de todo: «Me encantaría recibir a personas que quieran conocer Villarrodrigo y experimentar nuestra vida en el campo. Pronto espero poder abrir las puertas de nuestra finca. Estén atentos. #RaícesDeOlivo.»

 

La respuesta fue abrumadora. En pocas horas, decenas de personas manifestaron su interés en visitar la finca. Algunos eran turistas en busca de una experiencia auténtica en la naturaleza, otros eran apasionados del aceite de oliva, deseosos de aprender de primera mano cómo se producía el “oro líquido” del que tanto hablaba Alma. “Esto está yendo muy rápido”, pensaba Alma, emocionada pero también nerviosa. Sabía que el momento de enfrentarse a su familia había llegado.

 

Primero decidió hablar con su abuelo Manuel. Lo encontró aquella tarde bajo el olivo más antiguo de la finca, el mismo que había plantado su bisabuelo. El sol comenzaba a ponerse, y el aire fresco alivió el calor del día. Mientras se acercaba, sintió el aroma a aceite recién prensado, lo cual le trajo una oleada de recuerdos de su infancia.

 

—Abuelo, quiero contarte algo —dijo Alma, sintiendo un nudo en la garganta—. He estado mostrando nuestra vida en la finca a través de las redes sociales, y mucha gente está interesada en venir. Mi sueño es convertir el cobertizo en una casita rural.

 

Manuel, con la calma que lo caracterizaba, dejó que las palabras de Alma resonaran en el aire. Tras un largo silencio, esbozó una pequeña sonrisa. —No entiendo mucho de esas redes, pero sí sé que los tiempos cambian. Si este es tu camino, tienes mi apoyo —dijo con voz ronca, pero llena de calidez.

Alma sintió una profunda paz en su interior. Sabía que, con el apoyo de su abuelo, podría enfrentarse a lo demás. “Todo será más fácil si él está de mi lado”, pensó, mientras el sol se ocultaba lentamente tras los olivos.

 

Capítulo 3: La Revelación a Pedro

Sin embargo, Alma sabía que convencer a Pedro sería mucho más difícil. Su hermano mayor había asumido el rol de protector de la finca desde la muerte de su padre, y veía el campo no solo como una fuente de sustento, sino como la herencia de generaciones que no podía arriesgarse a perder.

La mañana en la que Alma decidió hablar con él, Pedro estaba supervisando la recolección temprana. Los jornaleros agitaban los rastrillos, haciendo caer las aceitunas maduras sobre las lonas tendidas bajo los olivos. Pedro, con la frente perlada de sudor, observaba cada detalle con la mirada concentrada de quien conoce bien su oficio.

—Pedro, necesito hablar contigo —dijo Alma, consciente de que su voz temblaba un poco.

—Dime, Alma —respondió él, sin dejar de rastrillar.

—He estado mostrando la finca en redes sociales, y muchas personas están interesadas en visitarnos —dijo, tratando de mantener la calma—. Mi sueño es transformar el cobertizo en una casita rural, donde la gente pueda aprender sobre nuestra vida y el proceso del aceite de oliva.

 

Pedro se detuvo, sorprendido. Limpió sus manos en su camisa y miró los olivos que se extendían hasta el horizonte. —¿Mostrar la finca a extraños? —preguntó con incredulidad—. ¿Crees que alguien vendría hasta aquí, a un rincón perdido de Jaén, como si esto fuera un destino turístico?

—No es turismo —replicó Alma, sintiendo su pulso acelerarse—. Quiero que la gente entienda lo que significa realmente la vida en el campo. Podría ayudarnos a mantener la finca cuando las cosechas no sean buenas.

Pedro permaneció en silencio, observando los árboles que había cuidado toda su vida. Sabía mejor que nadie lo difícil que podía ser sobrevivir de la tierra. Finalmente, preguntó: —¿El abuelo lo sabe?

—Él me apoya —respondió Alma con firmeza.

El nombre de su abuelo hizo que Pedro reconsiderara. “Si el abuelo confía en Alma, quizás yo también debería hacerlo”, pensó. Pero aún así, el miedo al cambio era fuerte en él. —Piénsalo bien, Alma. Esto no es un juego —dijo antes de retomar su trabajo, aunque su mirada ya no era tan dura como antes.

 

Capítulo 4: La Revelación al Pueblo

Con el apoyo de su abuelo y la aceptación, aunque reticente, de Pedro, Alma supo que el siguiente paso sería el más difícil: revelar su proyecto al pueblo de Villarrodrigo. Era un lugar pequeño, profundamente tradicional, donde las innovaciones solían ser recibidas con escepticismo. Para muchos, la finca de olivos no solo representaba trabajo, sino la identidad misma de la comunidad.

 

El día de la reunión, la plaza del pueblo estaba llena. Los vecinos, sentados en los bancos o de pie junto a la fuente, charlaban entre ellos, sin saber exactamente lo que Alma iba a proponer. Cuando ella se puso de pie para hablar, sintió cómo su corazón latía con fuerza.

 

—He estado compartiendo nuestra vida en la finca a través de las redes sociales —comenzó, con la voz temblorosa—, y quiero convertir el cobertizo en una casita rural. No se trata solo de atraer turistas; quiero que la gente venga a conocer nuestras tradiciones y el esfuerzo detrás de nuestro aceite de oliva.

El murmullo de sorpresa recorrió la plaza. Don Julián, el alcalde, fue el primero en romper el silencio. —¿Y cómo nos beneficiará esto? —preguntó, con los brazos cruzados.

Alma, preparada para esa pregunta, respondió con calma. —El dinero que recojamos ayudará a mejorar la finca, atraer compradores para nuestro aceite y crear oportunidades para todos nosotros. No es solo para mi familia, sino para todo el pueblo.

Los vecinos murmuraron entre ellos. Algunos eran escépticos, pero cuando Pedro, que había estado escuchando en silencio, se levantó para hablar, la tensión en el ambiente comenzó a disiparse.

—Alma tiene razón —dijo con voz firme—. La finca sola no es suficiente para mantenernos. Este proyecto podría ayudarnos a seguir adelante, a sobrevivir en los años difíciles y a prosperar en los buenos.

 

Las palabras de Pedro, un hombre respetado en el pueblo por su trabajo y dedicación a la tierra, hicieron que muchos reconsideraran. Don Anselmo, el albañil, y Paco, el carpintero, se acercaron para ofrecer su ayuda en la restauración del cobertizo. El proyecto ya no era solo el sueño de Alma; estaba empezando a convertirse en un esfuerzo colectivo.

 

Capítulo 5: El Comienzo de la Construcción

Los días siguientes trajeron una actividad frenética en la finca. Al amanecer, los vecinos de Villarrodrigo se unían a Alma y Pedro en la restauración del cobertizo. Don Anselmo, con sus manos fuertes y expertas, levantaba las paredes, mientras Paco comenzaba a diseñar los muebles que adornarían la futura casita rural.

 

Cada ladrillo colocado, cada viga asegurada, era un paso más hacia el sueño de Alma. Durante las pausas, se sentaban bajo la sombra de los olivos, compartiendo bocadillos y hablando sobre cómo sus vidas podrían cambiar si el proyecto tenía éxito. Algunos todavía se preguntaban si realmente llegarían personas de otras partes del mundo para conocer su pequeño rincón de Jaén.

Alma, aunque cansada, sentía una mezcla de emoción y gratitud. Cada actualización que publicaba en Raíces de Olivo mostraba el progreso del trabajo, y la campaña de crowdfunding que había lanzado para apadrinar ladrillos seguía creciendo. Cada donante dejaba un mensaje de aliento, y Alma se comprometió a que cada ladrillo llevaría el nombre de quien lo donara.

 

Todo parecía ir según lo planeado, hasta que un día un pequeño retraso en la entrega de materiales puso en riesgo los plazos que se habían fijado para la inauguración. Alma, preocupada, consultó a Pedro.

—Tranquila —le dijo su hermano, viendo la angustia en su rostro—. Resolveremos esto juntos. Y lo hicieron. Poco a poco, cada obstáculo que surgía se enfrentaba con la misma tenacidad que los olivos habían mostrado durante siglos, aguantando las tormentas.

 

Capítulo 6: La Gran Inauguración

El día de la inauguración llegó con un cielo despejado y un aire perfumado por los olivos. Los vecinos y los primeros visitantes se reunieron en la finca, rodeados por los árboles que susurraban al viento, como si también ellos celebraran la ocasión. La casita rural, completamente restaurada, estaba lista para abrir sus puertas al mundo.

Alma, con una mezcla de nervios y orgullo, dio la bienvenida a los primeros huéspedes. Una pareja de Francia y una familia de Madrid fueron los primeros en conocer de cerca la finca. Pedro los llevó en un recorrido por los olivos, mostrándoles el proceso de recolección y explicando cómo cada botella de aceite llevaba consigo siglos de tradición.

Durante el almuerzo, preparado con productos locales y, por supuesto, el aceite de la finca, Alma se puso de pie para agradecer a todos los presentes.

—Gracias a todos por hacer posible este sueño —dijo con voz emocionada—. Este proyecto conecta nuestras raíces con el futuro, y no podría haberlo logrado sin ustedes.

 

Su mirada se cruzó con la de su abuelo, que la observaba desde su silla bajo un olivo, con una sonrisa de orgullo en su rostro arrugado.

—Gracias, abuelo, por enseñarme que los olivos, como nosotros, siempre buscan la luz.

Los aplausos resonaron por toda la finca. Alma supo en ese momento que lo había logrado: el mundo conocería las raíces de Villarrodrigo, y su legado continuaría.