
98. Lágrimas doradas
Aquel olivo centenario presidía la finca de los abuelos desde lo alto de un montículo de tierra. Su experiencia vital hacía que el resto de los árboles le respetaran y admiraran su sabiduría. Sin embargo, ninguno se atrevía a entablar conversación con él, pues desde que en una gélida helada su amada perdió la vida, su carácter se agrió. Cuando llegaba la primavera el olivo lloraba a mares, pues era la época en la que antaño su querida esposa florecía y perfumaba los alrededores con su embelesador aroma. De las lágrimas de duelo del viejo frutal brotaban amargas aceitunas que la abuela recogía a finales de cada verano. Los exquisitos frutos se utilizaban para hacer un delicioso aceite con el que después se aliñaban sabrosas ensaladas que disfrutábamos toda la familia.