96. Sinfonía de la creación

Virgen dorada

 

Cada pincelada era un desafío, una rebeldía contra la vida ordinaria. El pintor de paisajes se sumergía con fervor en su lienzo, que ya no era una simple tela, sino un portal a otro mundo, su mundo.

Las hojas de los olivos se tornaban más reales con cada gesto, con cada trazo, y un aroma emanaba desde el corazón del óleo y de los pigmentos que se entretejían con la realidad, desafiando la frontera entre lo tangible y lo imaginario.

El artista daba forma a aceitunas que resplandecían con luz propia, mientras el verde profundo de las hojas se mezclaba con el dorado del atardecer, creando una sinfonía de colores que cantaban canciones de tiempos remotos y promesas de futuros aún no escritos.

Al depositar la última pincelada, una explosión silente cobró vida. Los olivos se estiraron más allá del marco, sus ramas se extendieron como brazos abiertos, y las raíces se hundieron en el suelo del estudio, rompiendo el piso de madera y conectándose con la tierra nutricia.

El pintor comprendió, al fin, que había roto el molde más grande de todos: la barrera entre la creación y el creador, entre la fantasía y la realidad.