94. Solo un hueso

Sonia Martos

 

Preguntó a la tierra sobre la que se posaba y no obtuvo respuesta.

Consultó al viento que alegremente lo acariciaba, y éste, calló una vez más.

—No eres más que un hueso—graznó el cuervo.

—¡Un hueso, solo es un hueso! —confirmó la veloz liebre a su paso.

—¿Un hueso? ¿solo un hueso? Algo más seré.

El diminuto hueso, abrumado por su levedad, lloró desconsolado, y mientras lo hacía, se iba introduciendo en la fértil tierra preparada para él. El manto que lo iba cubriendo, lo arropaba amablemente, mientras un radiante y acogedor sol de primavera lo calentaba generoso.

—¿Dónde estará el hueso? —se preguntaron una mañana el cuervo y la liebre.

La tierra callaba sonriente mientras el viento mecía un brote verde, que majestuoso se alzaba jugueteando con los primeros rayos de sol de la mañana.