
94. Solo un hueso
Preguntó a la tierra sobre la que se posaba y no obtuvo respuesta.
Consultó al viento que alegremente lo acariciaba, y éste, calló una vez más.
—No eres más que un hueso—graznó el cuervo.
—¡Un hueso, solo es un hueso! —confirmó la veloz liebre a su paso.
—¿Un hueso? ¿solo un hueso? Algo más seré.
El diminuto hueso, abrumado por su levedad, lloró desconsolado, y mientras lo hacía, se iba introduciendo en la fértil tierra preparada para él. El manto que lo iba cubriendo, lo arropaba amablemente, mientras un radiante y acogedor sol de primavera lo calentaba generoso.
—¿Dónde estará el hueso? —se preguntaron una mañana el cuervo y la liebre.
La tierra callaba sonriente mientras el viento mecía un brote verde, que majestuoso se alzaba jugueteando con los primeros rayos de sol de la mañana.