
87. Su segunda experiencia
En la región del olivar, Marta se sumió en una experiencia inigualable de oleoturismo. Los campos verdes se extendían hasta donde alcanzaba la vista, sintiéndose abrazada por la naturaleza que parecía querer compartir sus secretos. El suave susurro del viento entre las hojas y el fresco aroma del olivo la envolvían.
Al final del recorrido se sentó en una terraza con vistas panorámicas al olivar. Un pequeño plato de aceitunas y pan crujiente la esperaba, acompañado de un exquisito aceite de oliva virgen extra para mojar. Marta cerró los ojos para saborear el aceite, y en ese instante místico pensó en Atenea cuando, señalando al suelo con su dedo, hizo aparecer una brizna tierna y verde. Aquel pequeño brote se desarrolló con una celeridad prodigiosa hasta alzarse con una majestuosidad inigualable. Cada instante contenía la fuerza de mil años de crecimiento. Las hojas, de un resplandor plateado, brillaron con la luz del sol como un reflejo del esplendor celestial.
Aquella primera experiencia con olivos de la diosa, fue admirada por el mundo. Ahora, al abrir los ojos suspiró y exclamó para sí misma: «Joder Atenea, ¡pero qué lista fui!»