87. La voz del olivo

Eugenio L. Navarro Sanchis

 

Palpo la tierra fértil, parda y gris, bajo mi tronco. A ella me agarro fuertemente con raíces que el tiempo va afianzando. El tiempo es mi aliado. Permanezco anclado a esta tierra por siglos, allende los recuerdos de los hombres. Solo los olivos perpetuamos la memoria del suelo y del viento.

Siento la caricia en las ramas de las currucas y los alcaudones, y el corretear cercano de las perdices, a menudo silenciosas. Pero al alba, cuando los tonos malvas y anaranjados asoman en el horizonte, cuchichean alegremente despertando al olivar.

Percibo el calor del sol que castiga esta tierra y bendice mis frutos, y el agua, escasa, que limpia las hojas, engorda las olivas y deja perlas de rocío en las rapas.

Pronto vendrán a recoger los frutos hombres y mujeres con varas, mantos y capazos. Y después habrá fiesta y se servirán andrajos y vino y se cantarán coplas.

Desde la almazara llega, por el camino del viento, el olor penetrante del primer aceite. Se palpa el perfume como terciopelo. El olor es un soplo de vida. Es mi alma, destilada en oro.

Palpo la tierra fértil, parda y gris, bajo mi tronco.