81. Oro que sí vale
En el borde de un mundo que ha sido arrasado por fábricas y concreto, yo sigo aquí, entre olivos. Cada mañana, mientras el fragor de la industria circundante y amargamente fecunda ahoga el silencio, mis manos, cansadas y ásperas como la tierra que me rodea, recorren las ramas con una devoción que parece ignorar el tiempo.
No vendo, ni siquiera para autoabastecerme. La necesidad no es mi razón; es la lealtad a una tierra que me ha dado todo. Mi aceite, dorado y puro, llega a manos de amigos y vecinos, como un último vestigio de algo que se resiste a desaparecer.
Cuando cae la noche, me siento solo bajo el manto oscuro, rodeado por el murmullo de los olivos. Mi corazón late al ritmo de la tierra que cultivo, aferrado a un legado que se desvanece. En el silencio del crepúsculo, mi olivar se convierte en mi testimonio, mi última declaración de amor en un mundo que ha olvidado lo que realmente importa.