81. Como un olivo

Alejandro Rodríguez Marcè

 

Me despierto. Me dirijo a la ventana y la abro. Ahora contemplo un mar verdoso, un mar de tierras profundas y de redondas esmeraldas. Así, desde los ocho años, ahora tengo ochenta y tres. Pero me temo que no durará mucho más. 

Eran mayores que yo, habían vivido otras épocas. ¿Épocas romanas? Puede. ¿Post-romanas? También. ¿Revolucionarias? Seguro. En sus entrañas guardan nuestro pasado, nuestro ser.

Cuanto me han enseñado que otros jamás conocerán. Cuanto me han dado; y yo, sin ser consciente de ello, lo pasaba por alto, no le daba más importancia que la que le da un niño a un “No lo toques”.

Aire a olivo.

Ellos me han enseñado a aferrarme a los que quiero, a mi tierra, a mis costumbres; a mí. Los mejores maestros son los que callan, pero no afirman.

Ahora me muero, y conmigo se van a venir todos mis olivos. Todos los que cuidé y vi crecer.

Al notario:

“Dígale a todos esos jóvenes que deambulan sin rumbo: que paren, que se miren los pies, que echen raíces, que se sientan olivos. […] Luego será tarde. Además, ¿quién no quiere sentirse como un olivo?, ¿quién no quiere dar igual que un olivo?, ¿quién no quiere su sabiduría?, ¿quién?”