
78. El prodigio del olivo
La diosa de la primavera, la más bella de todas las divinidades, se había enamorado de un esbelto pastor mortal. Todas las noches, se encontraba con él en el bosque para consumar su amor.
Su padre le había pedido que eligiera un esposo divino y le había prohibido expresamente relacionarse con hombres mortales. Pero la diosa desobedecía el mandato cada noche sin que su progenitor lo supiera.
En una de aquellas oportunidades, el dios Padre supo que su hija se había fugado y comenzó a buscarla. Entonces, lanzó rayos para iluminar el paisaje nocturno y encontrarla. Pronto halló a ambos, en medio del bosque, dándose un beso apasionado. Decidió de inmediato castigar al muchacho con su vida y le arrojó un rayo.
Fue tan grande el dolor de la diosa, que sus lágrimas cayeron a la tierra, y de ella brotó un árbol de ramas desnudas. A la mañana siguiente, la benevolente diosa Madre de la Naturaleza tuvo misericordia de ambos y dio al árbol fuerza y vigor. Así nació el olivo. La hermosa fémina inmortal decidió cuidarlo para siempre y degustar sus deliciosos frutos, que saben a los besos de su amado.