
71. El último olivo
Don Pedro era el último habitante del pueblo. Todos los demás se habían marchado hace años, buscando una vida mejor en la ciudad. Él se quedó, aferrado a su olivar, que era su único tesoro y su única compañía.
Cada mañana, salía a regar sus olivos, a podar sus ramas, a recoger sus aceitunas. Les hablaba como si fueran personas, les contaba sus recuerdos, sus penas, sus alegrías. Los olivos le escuchaban en silencio, mecidos por el viento.
Un día, Don Pedro sintió que se le acababa la vida. Se acostó en su cama, mirando por la ventana el olivar que tanto amaba. Cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño.
Al día siguiente, los olivos notaron su ausencia. No oyeron su voz, no sintieron su tacto, no vieron su sombra. Entonces, decidieron hacerle un homenaje. Uno a uno, fueron soltando sus hojas, que se convirtieron en mariposas verdes. Las mariposas volaron hasta la casa de Don Pedro y cubrieron su cuerpo con un manto de esperanza.
Así fue como Don Pedro se convirtió en el último olivo.