
69. Raíces de sirena
Nadie sabe cómo llegó hasta la roca ni el modo en el que consiguió enraizarse en su impenetrable superficie. Algunos lugareños cuentan que la semilla viajó desde tierras lejanas resguardada en el pico de un ave. Otros, inspirados en sus retorcidas ramas con forma de tridente, contaban leyendas sobre antiguos dioses que habían enfrentado los elementos de la tierra y el agua.
Sea como fuere el olivo centenario venció toda adversidad y se alzó junto al abrupto acantilado a orillas del mar.
Su presencia tampoco pasó inadvertida por las criaturas de las profundidades del océano cuya existencia desconocía el resto del mundo. Hacía tiempo que el árbol había cautivado a un ser marino, medio humano y medio pez.
Aquella sirena curiosa se acercaba a la gran piedra antes del amanecer. Admiraba los deliciosos frutos que caían distraídos. Tal era su obsesión por disfrutar de aquellos bocados que luchó contra su naturaleza y trepó hasta su tronco. Apenas alcanzó una hoja cuando todo su cuerpo se transformó. Ahora tenía raíces en lugar de cola y las olivas cubrían sus dedos. A su lado, ya no había árbol, sino un hombre liberado de su condena por desafiar al mar.