67. Un mismo apellido
Cuando viajo en el tiempo para recuperar recuerdos que iluminen mis rincones, veo a mi madre haciéndome una tostada con aceite de oliva. Mordiscos de gloria. Tradición, costumbres, y salud, en un elixir de dulzura y matices. Herencia de olivos callados, dormidos, y alineados. Testigos de mi infancia, y secretas ilusiones.
Ya hace tiempo que me situé al margen de lo que se esperaba de mi, y elegí llenar los bolsillos con tierra extraña. Lejos de mis raíces, y la seguridad de un cálido abrazo, los olores de la niñez, y las puertas siempre abiertas. Emigrante sin convicción, ausente de planes, responsabilidades, y milagros. Crucé la línea para engrosar el catálogo de almas perdidas que circulan sin esperanza ni pasión. Una muchedumbre anónima atrapada en rutinas diarias, con mecanismos sincronizados, y coordinada para aparentar esfuerzo y sacrificio. Unos días llenos de interrogantes, un ocio de series con ilustres héroes, y un desgaste familiar de lazos y mansedumbre. De una manera solidaria salté al vacío para convertirme en un disciplinado ciudadano, pero me faltó audacia, o simplemente una transición poética de susurros y medias verdades.