
66. El desconcierto del vaso del aceite
Pablo tiene cuarenta y dos años y un bote de tabasco está junto a un vaso de aceite líquido de oro virgen extra. Por las mañanas desayuna mientras observa a los gorriones cruzar el cielo, una tostada de york untado de tabasco y un chorreón de aceite de oliva.
Gorriones al revés.
A las 18:00 la oscuridad se enciende en las bombillas del piso que vive. Hace otoño, hay invierno. Unas cucarachas se cuelan por su ventana (es lunes) y le hacen cosquillas en los codos de su cuerpo). Entonces, empieza.
Golpes a las paredes, a los relojes, estallan las copas. El gallo de cristal rojo y azul se quiebra en mil pedazos, el sofá se mueve sin reparo, la lacena de la cocina estalla su hermoso cristal…. y de repente espeta….. Quieto, estate quieto. Ahí, a cientos de años luz del lado del espejo, las cosas toman su propia forma a partir de las 12:00. Hasta la mañana siguiente. Hay dinero que nadan en la bañera. Una brisa aparece abriendo la puerta del piso. Oscuridad. Pablo cierra los ojos a esas horas interminables que rozan sus párpados. Algo le ha tocado el pie. Un líquido, un grito, un silencio. Una sartén cae en la cocina. Y de repente PLAF, PLAFF, PLAFF, PLAFF, el vaso del aceite se rompa de forma imprevisible, aparece la angustia, la tristeza, el roñoso y el lamento,. Angustia de no encontrar… ¿Dónde está el interruptor de la luz?
Desconsolado, espera a la mañana siguiente. Voces, platos rotos, un aceite recordado y perdido que no va a volver a tener, por el desconcierto inesperado vivido de un terremoto a tener.
En el lado izquierdo del espejo, Pablo apaga las luces a las 24:00, de la noche, y se va a trabajar.
Dejando una estampa de desorden…