
63. Frío y sudor
Toni allá por el año 1990 era un chico de 16 años, vecino de… podría ser de cualquier pueblo de la provincia de Jaén ya que seguramente esta historia se repetía en cualquiera de sus pueblos.
–¡Mamá! ¿Mañana vamos a la aceituna? Está chispeando.
–A ver como amanece –le dice sin poder asegurar nada.
Asomándose Toni a la ventana de su casa y ver el tiempo decide salir a dar una vuelta con los amigos a los que llama un sábado por la noche, llevaba cerca de tres semanas sin salir a pasear ya que no caía “ni gota” desde ese tiempo y sabía que trabajar cogiendo aceituna sin dormir como Dios manda puede hacer que pases un mal día.
Entonces pensó… tal y como se presenta lo noche saldré y mañana podré dormir hasta las tantas que ya toca descansar a pierna suelta.
Cogió el teléfono de casa y empezó a llamar a sus amigos que estaban en la misma situación y todo apuntaba a que se pasaría la noche lloviendo.
Quedaron a las ocho en el “Pomodoro”, la pizzería del pueblo, en el paseo como de costumbre no era posible por la lluvia, allí comieron y hablaron un poco de todo, cosas de chicos de la edad, luego sobre las diez se fueron a la “Zeppelin” la discoteca del pueblo, disfrutar de esas horas libres era indefinible, descansar de mente y alma debido a que no tendrían que levantarse temprano al día siguiente, no por el esfuerzo al que ya estaban acostumbrados tras el periodo de rodaje de los primeros días de campaña, sino por el maltrato psicológico que supondría trasnochar y levantarse temprano para rendir en un trabajo exigente.
Cada cierto tiempo se iban turnando sin turno establecido para salir a la calle y mirar el tiempo en primera persona, en las primeras horas todo iba según lo trazado en la mente de esos jóvenes inexpertos en meteorología hasta que pasadas las cuatro de la mañana vieron como empezaba a correr viento y tras esto el cielo empezó a despejarse, dejando ver estrellas, parecían que se iban a caer literalmente del cielo, por las calles ya no corría agua, todo estaba tranquilo y se veía el suelo ya oreado tras la lluvia gracias al viento que corría en el momento.
Al observar todos ellos la situación se marcharon a casa como si la vida les fuera en ello, no corrían por vergüenza, pero la despedida fue muy fugaz y sin ganas de nada, nadie pensó lo bien que lo pasaron ya que lo pagarían con creces al día siguiente.
Entre pitos y flautas Toni pilla la cama a las cinco de la mañana y a las siete sonaría el despertador para levantarse, no se lo podía creer, la cabeza le iba a estallar pensándolo.
Cola-cao, tostada con aceite y jamón, en este orden y a ponerse la ropa del tajo, olía a suavizante, le encantaba, su madre se había levantado mucho antes para preparar el almuerzo para poder comer en el campo como era debido para contrarrestar el duro trabajo.
Salieron de casa bien abrigados en busca del tractor con su correspondiente remolque a modo de autobus, su madre llevaba la comida en la barja en su mano izquierda y Toni cargaba a modo de escudero las dos varas con la que tendrían que combatir durante el largo día, seis horas y veinte minutos por poco mas de 5000 pesetas, mucho dinero para esos entonces.
Al llegar al punto acordado hablaron con los allí presentes del mismo hato a los que reconocían por las formas y la voz ya que ningún rostro se veía por ese viento frio que corría en el momento por debajo de cero grados, llegando la hora aparece el tractor como de costumbre como si fuera un fórmula uno, no se escuchaba llegar por el ruido del motor, era por el remolque vacío que botaba sin compasión y sin peso de carga, lo primero que ven es a Luís, un tractorista con un bigote cano y eso sí, persona curtida en el oficio con manos rudas y duras, Toni casi siempre tras un codazo de su madre a modo de aviso abría junto Paquito, joven de la edad de Antonio, la puerta trasera de ese remolque saltarín, metían las varas en la parte baja del lado izquierdo del remolque y tras esto sacaban unas frías escaleras de hierro para que empezasen a subir los más veteranos y veteranas al remolque, las mujeres siempre primero con hijos de edad joven, en la parte trasera el movimiento del remolque era mucho menor y por eso se reservaba a ellos.
Tomando asiento uno se da cuenta que la comodidad no existe en ese momento y piensa que es una dura instrucción militar por la que se está pasando, frio rodeado de hierro al que esta bajo cero, la ropa de escasa calidad de los años noventa hacia su trabajo empeorando la situación, todos llevaban tantas mangas que casi no se podían mover excepto el que hacia una visita unos minutos antes al bar para apaciguar el frio.
Bueno empieza el trayecto dirección al tajo…
–¡Mamá! Tengo mucho frío –le decía al oído a su madre.
–Acércate –le contestaba.
Ese momento era maravilloso, no estabas acurrucado, pero sentías tanto calor con frio que hacía que todo fuese maravilloso.
Por carretera todo muy bien hasta el momento en el que el tractor cogía la desviación hacia el cortijo alto, el primer bache te despedía hacia arriba del asiento “cómodo” unos diez centímetros, seguido con un grito al unísono, ¡Luissss que no somos animales! alertando al tractorista que despacio, era lo normal, casi era un juego en ese momento que se repetía a diario, claro estaba, a las personas de edad avanzada no le hacia ninguna gracia.
Al llegar, el mismo ritual, Toni y Paquito casi sin esperar a que el tractor parase saltaban al suelo para abrir la parte trasera del remolque y colocar la fría escalera para que los demás aceituneros empezasen a bajar uno tras otro, al pisar tierra firme se estiraban a modo de despertar induciendo con este gesto natural que empezaba un gran y duro día, posteriormente cogía cada uno su vara y dejaban la comida amontonada en un lugar determinado elegido al azar, ahora Toni y Paquito junto los hombres de edad avanzada se dedicarían a buscar palos y pestugas para hacer una hoguera para mitigar el frio y asar tocino metido en papel albal que tan característico olor dejaba en el ambiente, también había que esperar junto a esta hoguera a que el olivo estuviese en su “punto”, tenía que descarcharse un poco ya que liarse a darle palos podría hacerle mucho daño y afectar a la producción de la campaña futura.
Bueno tras charlas entre unos y otros se escuchaba una voz educada diciendo “Vamos” provenía de León, persona encargada de todos los allí presentes de unos 60 años de edad, hablaba muy bajito y siempre con mucha educación, muy querido por todos, no hacía falta mas para empezar el tan ansiado día, cada uno se dirigía sin órdenes dadas a hacer los que tenía que hacer, un ambiente fabuloso y a la vez duro, mantones, cuadrillas, varas…
Toni y Paquito con sus respectivas madres eran un gran equipo, Toni y Paquito hacían que el olivo temblase al situarse en los tres pies del mismo, se colocan los mantones, la jarapa y se disponían en el primer olivo a varear los cuatro, tras unos diez minutos sobraba toda la ropa y estar a 5 grados en manga corta era completamente necesario y normal, terminado el primer olivo Toni y Paquito tiraban de los mantones aún con poco peso ya que era el primer olivo vareado y las madres ayudaban en la parte trasera a que no se derramase ninguna aceituna por el efecto de tirar de los dos mozos toros, en el siguiente olivo la cosa cambia, se colocan los mantones y jarapa, Toni y Paquito vareaban mientras sus madres se quedan rezagadas en el anterior olivo para coger a mano una tras una las aceitunas que volaron sin control a los salteos, también las que se colaron entre las arrugas de la jarapa en los troncones, eso sí, las manos volaban literalmente del suelo a la espuerta donde dejaban un característico sonido al caer ese puñado de aceitunas, esas cuatro manos no eran capaces de quedarse quietas ni un solo segundo, eran capaces de hablar ininterrumpidamente de diferentes temas variopintos ya que estas dos madres no eras mujeres de chismes, hacer este movimiento tan complejo cuando se hace bien requiere de experiencia.
Pasados unos cuatro olivos los mantones están completamente cargados y pesan ya cerca de 300 kg, las madres ayudan a tirar a sus hijos hasta el momento de sacar, siempre a la delantera y con respecto a los demás hilos, había gente que no le gustaba ese tipo de carreras porque claro está, no eran de la misma edad, pero era entendible, son cosas de la edad, bien es cierto que aunque corrían no hacían daño al olivo ya tenían experiencia para saber cómo varear un olivo, para ellos era un gimnasio real y gratuito en el que encima te pagaban un buen sueldo.
Ahora tocaba vaciar los mantones, llegaba el remolque convertido ahora en batea tan saltarín como de costumbre, tiraban los cuatro de los picos para amontonar la aceituna en el centro y quitar la hojarasca más voluminosa para que las madres pudieran meterse las espuertas entre las piernas y llenarlas como un rayo, luego cogían de un asa y hacían un movimiento no ensayado y adquirido con el paso del tiempo para echárselas a sus hijos al hombro en un solo movimiento, una tras otra, tras esto Toni y Paquito vaciaban las espuertas en la batea para ir llenándola con el paso por los diferentes hilos.
También había una persona muy querida en el tajo, July, la aguadora, persona que abastece de este preciado líquido a los aceituneros cuando es requerida, tras varias veces de vaciar los mantones el estómago informaba que la hora de comer estaba próxima y así era, se escuchaba a León decir a comer.
Comer era algo maravilloso en ese lugar, Toni buscaba una zona sombría y su madre le decía que no podía ser, que se pusieran en una zona entre sol y sombra ya que pasados unos minutos pasaría frio, ahora estaba acalorado pero pasado ese tiempo a diez grados se enfría la cocina, ese día tocaba lo que más le gustaba a Toni, olla frita que no es otra cosa que garbanzos de las sobras del día anterior con cebolla, pimiento y demás secretos guardados en una madre que es capaz de hacer de unas sobras un delicioso manjar recién hecho.
Bueno después de comer toca el empuje final para completar las seis horas y veinte minutos, pocos olivos se vareaban después de comer porque entre el parón y que el cuerpo dice que ya no, un momento de transición extraño, aun así algo se hacía, al final se oía una dulce voz nuevamente de León diciendo remeter los mantones en los troncones, ya seguiremos mañana, en un suspiro se cumplían esas órdenes y sin darnos cuenta estábamos otra vez montados en el remolque de vuelta al pueblo, eso si ahora todo el mundo hablaba hasta por los codos, daba igual si Luís cogía baches vertiginosos, nadie se quejaba, querían volver rápido, muy diferente a la venida, al llegar, Toni y Paquito volaban literalmente para bajar la compuerta del remolque y poner las escaleras y a no tan frías, los aceituneros se despedía hasta el día siguiente o no, lo mismo llueve y no hay que ir, pero eso ya es otro relato.
Ahora cuentan que ya no es lo mismo, el transporte es en vehículos todo terreno cómodos e individuales por cierto número de aceituneros, ya no se puede hablar en el tajo puesto que las maquinas lo impiden, vibradoras, sopladoras, etc… un poco diferente y aburrido la verdad, la fuente de información sobre el pueblo de ir a un tajo de aceituna ya no existe, pero bueno el FRÍO Y EL SUDOR imagino que será igual aunque la maquinaria empleada en los tiempos actuales hará más llevadero lo anteriormente relatado pero que Toni no cambiaría por lo actual.