
57. Bosque petrificado
Naciste en el Sur, ese Sur que no puede ver el azul del mar. En un pueblecito de Jaén. Pueblo blanco, tendido y alto a la vez, donde refleja su luz el amanecer.
Admiraste el verde de la campiña y su paleta de colores, sus lagares blancos y almazaras salpicando el mar verde de sus olivares.
Tu padre no debió entrar en aquel casino. Primero fue la casa, continuó el cortijo y al final perdió tus amados olivares. Aquellos que imaginabas gigantes petrificados, enraizados en el suelo profundamente. Sus troncos nudosos plagados de grietas dispuestas a engullirte atrapándote con sus ramas retorcidas.
¡Ya el bosque petrificado era tuyo! Todos los días de noviembres madrugabas para recoger la aceitunas que quedaban en el suelo helado para sustentar a tu familia.
Al final del frio día, tus dedos se convertían en cortezas grises
Fuiste mi raíz y me fascina el ser que fuiste. Tú y yo vivimos vidas diferentes pero estábamos conectados más allá de lo que las palabras puedan explicar.
Como cada año deposito un fruto de tu olivo centenario para que no olvides su líquido soleado.
—Yo no te olvido… Aunque venga a verte a donde no puedo verte.