
51. Orgullo milenario
Mis ojos se quedan prendados de los campos que frente a mí se extienden hasta el horizonte, y que tantas veces recordé cuando me sentía huérfano de ellos.
Mi abuelo paterno enviudó y se sumió en una tristeza absoluta. Padre, propuso a madre irnos a residir a su casa que era más grande que la nuestra y así asistirle y acompañarlo.
Vendimos nuestra casa para poder restaurar la de los abuelos y acomodarnos en ella.
Mis padres trabajaban en la recogida de la aceituna. Pasada la temporada de recogida.
Al poco tiempo, mi abuelo se recuperó. Desaparecía durante días. Un día apareció con una mujer y una maleta. Mi padre no podía soportar ver a aquella extraña, adueñarse de cuanto había pertenecido a su madre. Ella poco a poco se fue adueñando de la casa, hasta el punto de suplantar a madre en la organización y financiación de la misma. Mis padres decidieron marcharse a Barcelona, donde vivían mis tíos.
Mis padres encontraron trabajo y su única ilusión era ganar el máximo posible para volver cuanto antes al pueblo.
Ahora he vuelto yo solo, para heredar la vivienda de mis abuelos, la que siempre nos ha pertenecido. Mis padres volvieron antes, para ser enterrados aquí. No alcanzaron su sueño, pero en mis frecuentes paseos me acompañan y miramos juntos el brillo de las hojas al atardecer sobre el olivar.
Siempre he sabido que volvería. La visión del olivar da alas a mi alma. Mi corazón resuena acompasado con el latir de estos olivos centenarios que me vieron nacer a mí y a mis antepasados
Compartimos un sentimiento que nos enorgullece, el de ser aceituneros y contribuir a llevar el zumo verde a las mesas de todas las familias del mundo entero.