50. Mi deleite
Tú y yo somos como el agua y el aceite.
Inmiscibles, antagónicos e irreconciliables.
Yo, hídrico: sin sabor, ni olor, ni color. ¿Cómo vas a amarme? Cuando adopto forma sólida, soy demasiado frío; si me torno líquido, te ahogas; y en estado gaseoso, desaparezco. Transparente, insípido, aburrido y nada pretencioso; también soy, por definición, incorpóreo e incomible.
Tú, terráquea: de ojos cetrinos, tez ambarina y cuerpo dúctil y cimbreante. Tu belleza es incontestable. Intensa y embriagadora, me conmueves. Tu piel tiene el sabor de las aceitunas de Andalucía. Ácida y envolvente, eres mi sustento y mi alimento.
Yo solo quiero que me quieras. Pero a pesar de ser inmenso como el océano, ni siquiera cuando hacemos el amor consigo abarcarte. Concupiscente criatura: fluyes, resbalas, te escabulles entre los dedos de mis manos; nunca logro alcanzarte, mojarte…Eres inmarcesible. Esa constante tensión: lubricación y fricción, me vuelve loco; tú me vuelves loco. Voluptuosa, sensual y morbosa; a veces te toco y te diluyes; y a veces, cuando consigo penetrar en ti, mueres y desapareces.
Pese a todo eres mi deleite: eres lo que a un niño, una tostada de pan con aceite.